“Papa, ya me decidí. Me voy a marchar “

Desde donde y por qué marcharon las mujeres de Caaguazú el 8 de Marzo.  Apuntes introductorios sobre una autoetnografía.

Durante las actividades preparatorias del Paro Internacional de Mujeres-Paraguay en la ciudad de Caaguazú  tuve la ocasión de entrar en contacto con la vida y  el pensamiento de mujeres urbanas, campesinas e indígenas que militan  desde hace varias décadas en pos de los derechos de las mujeres.

También pude observar el acercamiento de una juventud desencantada con la política  tradicional: adolescentes y jóvenes se plegaban con total convicción a las actividades preparatorias y a las centrales del 8 de marzo haciendo patente eso de que “lo personal es político”(Hanish,1969) [1].

Si bien se distingue que esto constituye una acción colectiva y no un movimiento social, creo que dará pie a repensar, desde este momento histórico, como se expresan y se cruzan las prácticas de los antiguos y nuevos movimientos sociales

(desentrañar / cuestionar también la naturaleza/ característica y expresión  de dichos” movimientos” o manifestaciones) y analizar como se potencian o  se desdibujan y dan lugar a particularidades, a nuevas o redefinidas formas de vincularse con otros seres y con el mundo,  dando lugar más  bien a  sociedades en movimiento  que abren a nuevos   mundos  posibles  construidos desde una mirada horizontal, desde el encuentro(Zibechi, 2000)[2].

Este breve artículo constituye la introducción a un trabajo más amplio y profundo, todavía en desarrollo, pues actualmente el colectivo se encuentra abocado a las reflexiones conjuntas sobre el proceso y es necesario incluir todas las voces. El trabajo se plantea metodológicamente a partir de reflexiones de corte autoetnográfico sobre mi propia experiencia  matizada con entrevistas a reconocidas lideres campesinas , urbanas e indígenas de la zona y datos históricos sobre el rol de las mujeres en los movimientos sociales de Caaguazú , sus luchas, las violencias que soportan y las esperanzas de ayer y hoy.

La frase que da nombre a este ensayo da cuenta de la expresión de una  joven compañera, miembro  de nuestro colectivo. Ella contaba como durante el desayuno aquel 8 de marzo,  su padre, al  cual durante la evaluación nocturna de la jornada había calificado  como el más acérrimo “colorado y stronista” mostró su disgusto ante su intención de participar en la marcha, ante lo cual ella  respondió: “Papá, ya me decidí. Me voy a marchar”.

Definitivamente esa  expresión se me reveló como metáfora de muchas otras mujeres jóvenes, que con coraje se atrevieron a desafiar a todo lo que representa el patriarcado, partiendo de sus propias casas, del desafío  a sus propios padres, maridos, hermanos, jefes.

Algunos autores vinculados al  pensamiento en torno a los nuevos movimientos sociales ( aquellos que a partir de los años 60 manifiestan una serie de reivindicaciones distintas a las de los antiguos movimientos obrero-sindicales y enmarcan sus luchas en campos tan heterogéneos y diversos como el ecologismo, el feminismo, etc) como Neveau ( 2000)[3] advierten sobre los riesgos de escribir  sobre una experiencia al calor del momento, señalan con cautela que muchas de las características de lo aparentemente “ nuevo” pueden ser reiteraciones o reelaboraciones contextuales que ya correspondan a modelos anteriores, así como sobrevaloraciones de acciones colectivas que no fermentan y que se diluyen en el tiempo.

A riesgo de quemarme las manos o los ojos,  quisiera reelaborar esta experiencia, recordarla e intentar unirla a una mixtura de sensaciones y emociones que pudieran colaborar con la configuración de las características del rol , la voz y las prácticas de las mujeres en los movimientos sociales urbanos, campesinos  e  indígenas del Paraguay de  hoy, asumiéndome también como mujer urbana, profesional, formada en la tradición católica y proveniente de la clase media.

La experiencia

Nos juntábamos todos los lunes a  las 18:00 horas desde que surgió la convocatoria en el mes de  febrero. Mujeres de diferentes edades, vivencias, condiciones sociales y económicas, mujeres con una necesidad de rebelarse contra una violencia que percibían común.  Algunos hombres acompañando (maridos, amigos, novios). ¿Por qué nos manifestamos? , fué una de las primeras preguntas lanzadas en el colectivo. Mi rol de sistematizadora me permitía tomar registros y hacer memoria. Cada noche, al  releer  el desarrollo de los  encuentros  me ejercitaba en tomar distancia sobre lo escrito y reflexionar al respecto.

Empezaron a surgir motivos para redactar un manifiesto que pudiera sino dejar en claro al menos dibujar un poco quienes éramos en medio de nuestra diversidad y nuestras propias contradicciones producto de nuestras muy diversas experiencias y trayectorias históricas: necesidad de “conciencia de clase”, mencionaba una compañera,  “violencia estructural” decía otra.

Nuestras múltiples  voces  eran expresiones de dónde veníamos, resaltaban una distinción casi pedagógica entre aquello que  describían actores pertenecientes a “antiguos y nuevos movimientos  sociales”. Nuestros discursos tejían las antiguas consignas de los movimientos obreros y campesinos, había algo del reclamo de las Ligas Agrarias Cristianas, después de todos, las dirigentas con más años habían participados de esas luchas. Estaban las voces de las mujeres campesinas, queríamos  entender como se posicionaban las mujeres indígenas y aludíamos a sus sufrimientos, las jóvenes mujeres urbanas mencionábamos la necesidad de poner el cuerpo y de traer a escena el arte como elemento de sensibilización, subversión y reivindicación.

Nos preguntábamos en cada jornada como manifestarnos.¿Cómo dar cuenta de las particularidades de esta región ? ¿Cuál sería la forma que tomaría nuestra manifestación?

Inmediatamente salieron menciones a la lucha por la tierra (Curuguaty, Guahory, el asentamiento Juliana Fleitas), a las mujeres indígenas,  a la necesidad de visibilizarnos desde ahí.  Las jóvenes urbanas hablábamos de recurrir a la poesía o al teatro. Las militantes más antiguas, vinculadas a la  organización y lucha desde espacios campesinos y populares optaban por una marcha por las calles de la ciudad y un encuentro cara a cara con las autoridades “ para decirles todo lo que nos falta, para reclamarles, para exigirles que cumplan con nosotras”, decían.

Me preguntaba muchas cosas.  Me preguntaba y todavía me pregunto sobre las sensibilidades ¿desde dónde nos manifestamos, que historias traemos, qué lugar ocupa el cuerpo en estas expresiones?

Al principio el careo con las autoridades me pareció cuestionable ¿no deberíamos más bien tener una actitud conciliadora como estrategia inicial?, me  decía a mí misma. Por supuesto, yo también ocupo un rol profesional en la sociedad, y en dicho ejercicio por lo general expreso ese tipo de prácticas.  Todo esto me cuestionaba profundamente.

Quedaron definidas dos actividades centrales: una marcha con diversas paradas en instancias del gobierno municipal y departamental para exigir el cumplimiento de sus roles institucionales de promoción, capacitación y protección de derechos a la vez de invitar a conformar una mesa de dialogo posterior a las actividades y un festival donde se pudiera hacer memoria y sensibilizar desde la poesía, la música y el teatro.

Estas formas fueron materializaciones que permitieron acordar diferentes sensibilidades, y diferentes lugares para el cuerpo desde una perspectiva intergeneracional ,  así como  diferentes voces. La marcha exigia coraje , volver a poner el cuerpo a pesar el miedo.  Fui descartando de a poco la  idea de una conciliación diplomática, probablemente yo también seria vocera en alguna de las paradas de la marcha. Sin duda, sentía un poco de miedo, pero también sentía y siento que ya no podemos callar.

Me puse a bucear en aquello que creía eran los orígenes del feminismo paraguayo y de esa investigación resultó  “Py’aguasu”  ( Coraje),  una obra teatral cuya puesta constituyó una creación colectiva junto a jóvenes artistas y gestoras culturales de la ciudad, así como también un gran aprendizaje.

“Empiezo por explicar que en mi exposición no me haré eco de los cumplidos que han recibido las paraguayas de escritores extranjeros y nacionales, celebrando sus atractivos naturales y sus virtudes como madres, por considerar estas galanterías como muy poca cosa con relación á cuestiones mucho más interesantes para ellas. (…) Todas las veces que se  habla del “Problema de la mujer” lo que más despiadadamente se explota contra ella es su condición de madre.

 En efecto, sus impugnadores declaman  sobre lo sublime y santo de la maternidad haciendo alarde de una sensiblería hipócrita,  la llaman misión celestial, sacerdocio divino y luego enuncian, con los honores de la verdad  inconcusa  que la única misión de la mujer es la de ser madre (…) y en nombre de aquella  decantada única misión  le niegan los derechos primordiales de la personalidad: libertad, independencia, igualdad, propiedad, etc. reduciéndola a  categoría de cosa”.  [4]

Asi empieza la obra, con este extracto de Humanismo, de Serafina Dávalos, un texto que este año cumple exactamente 110 años y sin embargo resulta tan actual en su espíritu y en su exigencia. Por esas mismas épocas una mujer llamada Rosa Luxemburgo  se revelaba ante la llamada” cuestión femenina” expresando una crítica contra la propia revolución rusa  refiriendo que “no sólo es el último acto de una serie de revoluciones burguesas del siglo XIX, sino antes, bien, la precursora de una nueva serie de revoluciones proletarias en que el proletariado consciente y su vanguardia, la socialdemocracia, están destinados al histórico papel de dirigentes...”[5]

Producto de nuestros encuentros también resulto un manifiesto, que fue incorporado al manifiesto nacional y divulgado por todos los medios que encontramos a nuestro alcance, el 8 de marzo.[6]

Los  sectores más conservadores expresaron,  yo diría que casi con vergüenza, su misoginia, “son todas lesbianas”, decían algunos, seguramente tratando de reducir la expresión de reclamo a un sector “ minoritario “ discriminado y violentado de la población. Este tipo de expresiones no nos desalentaron, es más , celebrando la diversidad sexual y reclamando el derecho a manifestarnos , a expresar una identidad y a elegir,  continuamos con nuestras actividades.   Gran parte de la población urbana  se resguardó en la seguridad  de sus ideologías, religiones o simplemente en su apatía, pero no podrán negar algo evidente: aquel 8 de marzo fuimos más de 100 mujeres campesinas, urbanas e indígenas ocupando las calles y plazas de la ciudad. Muchas de las que estábamos allí coincidíamos en que se trataba de un hecho sin precedentes históricos.

No todo cambió mágicamente después del 8M, pero ahora sabemos que existimos, estamos organizadas y somos muchas. Y no solo eso, sabemos que nos respetamos y entendemos la política como ejercicio crítico, respetuoso y consensuado de diversidades, como construcción armónica a pesar de nuestras contradicciones, algo que ciertamente difiere de la  práctica de la clase política actual.

Es el día después y sentimos la violencia más recrudecida. No puedo evitar pensar en una burlada Serafina o en la confinada Susnik. Una mujer que piensa y actúa fué y sigue siendo de temer en este país.

Ellas, campesinas e indígenas, volvieron a sus pueblos donde no llega el asfalto, el agua , la luz, la educación.  Nosotras nos quedamos en  esta ciudad donde desaparecen misteriosamente los fondos del estado, donde nunca hay presupuesto para la cultura,  donde la mujer es tratada como cosa en las pujas de poder por los patriarcas de la izquierda o la derecha, donde se mendiga medicación y atención sanitaria.

En estos días nos volveremos a encontrar para evaluar el proceso con vistas a un gran encuentro a nivel país. Creo que en esas jornadas reflexivas  no podrán faltar los análisis que tienen que ver con el rol de la mujer y la Iglesia , no solo desde el presente, sino históricamente, porque en Paraguay la Iglesia católica es la de las Ligas Cristianas pero también la del acoso sexual. Tampoco podemos, creo, construir un pensamiento y una práctica feminista desde el colonialismo y el etnocentrimo, es urgente escuchar que tienen que decir las mujeres campesinas y sobre todo las mujeres  de los pueblos indígenas que habitan este mismo territorio. Encontré recientemente  una gran  inspiración  en el llamado “ feminismo comunitario”[7] , un acercamiento a la construcción del pensamiento epistémico de las mujeres indígenas feministas comunitarias de Abya Yala que “ ha surgido para reinterpretar las realidades de la vida histórica y co­tidiana de las mujeres indígenas, dentro del mundo indígena. (…)entendiéndose como parte de  sociedades originarias que se fundan en raíces milenarias, basadas en sus propias filosofías y paradigmas cos­mogónicos ancestrales.”

Estos colectivos expresan  y afirman que existe un “patriarcado originario ancestral, que es un siste­ma milenario estructural de opresión contra las mujeres originarias o indí­genas. Este sistema establece su base de opresión desde su filosofía que norma la heterorealidad cosmogóni­ca como mandato, tanto para la vida de las mujeres y hombres y de estos en su relación con el cosmos”. Asi como estas experiencias, considero que las mujeres de los pueblos indígenas que pueblan el territorio paraguayo pueden contribuir desde sus sufrimientos y sus sabidurías  a una nueva epistemología feminista que contribuya a una nueva práctica feminista,  que así como expresa la joven cuya frase  inspira este escrito existe ya y está decidida a marchar al  futuro.

 


[1] Hanish, C ( 1969)“The Personal is Political”

[2] Zibechi, R (2000)  La mirada horizontal. Movimientos Sociales y Emancipación. Ediciones Abya Yala. Quito- Ecuador.

[3] Neveau, E ( 2000) Sociología de los movimientos sociales. Editorial Abya Yala.Quito- Ecuador.

[4] Py’aguasu ( Coraje) Obra teatral basada en testimonios de mujeres campesinas, urbanas e indígenas de Caaguazú y la tesis humanismo de Serafina Dávalos. Estrenada el 8 de marzo del 2017

[5] Dunayevskaya, R (1982)   Rosa Luxemburgo: la liberación femenina y la filosofía marxista de la revolución.

[6] Manifiesto de las mujeres campesinas, indígenas y urbanas de Caaguazú, Febrero 2017. El texto íntegro se  encuentra al pie de este articulo

[7] Feminismos diversos: el feminismo comunitario.Editorial ACSUR. Las segovias. Disponible en: https://porunavidavivible.files.wordpress.com/2012/09/feminismos-comunitario-lorena-cabnal.pdf

 

(*) María E. Zaracho Roberti. Psicóloga, Escritora. Candidata a Máster en Antropología Social por la Universidad Católica de Asunción (2017). Miembro del Colectivo de Mujeres de Organizaciones Sociales y Culturales de Caaguazú, impulsor del 8M a nivel local.  E-mail: mariaesther.zarachor@gmail.com

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