Juntas

“Ya opáma (terminó) el festejo de la mujer, ahora a trabajar”, decía uno de los primeros mensajes que leí en mi celular al día siguiente del Paro Internacional de Mujeres. Fue de un compañero de trabajo. Agregó otro colega en la misma conversación, también con el mismo tono burlón: “…Si quieren ser igual que los varones”.

Ese mensaje es solo un ejemplo, casi insignificante. El día a día de todas las mujeres es un desafío en este país. La agresión es permanente. No lo digo en un ánimo de  victimización –que es una de las tantas acusaciones que propinan quienes critican el discurso feminista– sino porque es la realidad.

Al día siguiente de la marcha, yo estaba feliz. Después de  tanto leer sobre los eventos recientes en otros países acerca de las conquistas de las mujeres, por fin pude sentirlo, en mi país, el 8 de marzo de 2017. No me voy a cansar de escribir esa fecha. Por fin tuve esperanza.

Pero no terminó allí. Lo último que leí en esa conversación, que escribió el segundo interviniente –nunca antes despierto tan temprano ni tan preocupado por el trabajo– fue que “el primer paso para ser igual a un hombre es no enojarse ni reaccionar inmediatamente”.

Igual, yo estaba tan feliz e ignoré el resto de los mensajes. No es la primera vez que manifiestan una actitud machista en un momento clave.

Pero esta vez fue diferente. Por fin sentía que no estaba sola. Pido disculpas a todas por permitir que el pesimismo que me absorbía en lo cotidiano me haya hecho pensar que no éramos tantas…. Somos muchas pero estábamos dispersas.

Nuestro día a día ya no va a ser igual, porque estamos juntas. La noche del 8, en la Plaza de la Democracia, lo prometimos con alegría y firmeza: No hay vuelta atrás.

Fue esa unidad la que, cuanto menos, incomodó a varios sectores de la sociedad. Y derivó en mensajes de celulares y quién sabe en qué otras formas más. Estoy segura que peores.

Sin saberlo, la persona que envió este “desafortunado” mensaje, desafió el tema de la principal actividad de la jornada: el paro. “Si nuestro trabajo no vale, que produzcan sin nosotras”, fue el lema de la movilización. En medio de su burla, confirmó lo que se buscaba evidenciar: que el trabajo de las mujeres vale.

Los “cuestionamientos” a la histórica jornada vivida en Paraguay siguieron en las conversaciones, en las redes sociales, en los medios de comunicación y en otros espacios. La repercusión que se tuvo demostró que algo importante acababa de suceder.

Esto seguirá. Pero será diferente, porque sabemos que no estamos solas.

Y con respecto a la unidad… El calor de ese día solo pudo ser superado por la calidez humana, manifestada en una diversidad nunca antes vista. Una vez más, apelando a mi pesimismo arrepentido, me atrevo a decir que jamás habría pensado que en algún momento marcharía por Asunción al son de cánticos feministas al lado de amigas provenientes de familias religiosas o de partidos políticos tradicionales. O que ellas compartirían espacios con trans y lesbianas.

Pero ahí estuvimos. Juntas. Y seguiremos estando, porque nos une el deseo y la necesidad de igualdad para las mujeres. No hay mensaje de texto que pueda cambiar lo que ocurrió y lo que seguirá ocurriendo. Ni burlas, ni silbidos, ni acosos, ni golpes, ni violaciones, ni feminicidios.