Después del #8M: el optimismo

Imagen: Fotociclo

 

El #8M 2017 colocó un hito en nuestra ya larga historia de feminismos paraguayos, gracias a diversos elementos conjugados en las expresiones simultáneas en varios puntos del país, y en esa multitud de la marcha en Asunción, de magnitud difícil de calcular (10.000 personas es un número que parece ser el de mayor consenso). Otras veces también marchamos en las fechas clave para las mujeres, si bien en los casos más exitosos fuimos quizás unas mil personas y ni por sueños imaginábamos que esta avalancha de manifestantes era posible, que estaba cerca y que sería una de las más grandes manifestaciones sociales en la historia reciente del país.

Claro que habíamos tenido otros momentos memorables. Por ejemplo, en 1991 hicimos una toma momentánea del Congreso, desalojando a los atónitos congresistas que sesionaban, para proceder a una aprobación simbólica –presidida por Line Bareiro– del proyecto de modificación del Código Civil, redactado por Mercedes Sandoval a partir de un proceso participativo, que hasta entonces había sido sometido apenas a la burla de los legisladores. Habremos sido unas 300 mujeres quizás, que habíamos llegado al final de la dictadura stronista organizadas y con propuestas, y que teníamos el obvio enojo ante un país que aún nos consideraba “incapaces relativas de hecho” ante la ley civil. Pero de eso ya pasó más de un cuarto de siglo, más que la edad de parte importante de las manifestantes del pasado 8 de marzo.

Es que el #8M fue un grito mundial de las mujeres, que nos encontró a las paraguayas con capacidad de unirnos, por muchas razones combinadas para obtener un resultado fantástico. Entre ellas, y sin ánimos de exhaustividad, que estamos ante una generación de jóvenes nacidas ya fuera de la dictadura, con nuevos parámetros, lejos del famoso “no te metas”, que vienen de experiencias de masiva movilización exitosa con resultados palpables (como “UNA no te calles” y las tomas de colegios), así como la recuperación de la capacidad general de movilización ciudadana que fue cortada abruptamente con el golpe de 2012 (recordemos los llamados after office, que ya no se pudieron replicar). Además, ha sido también una respuesta ante el tensado permanente de las cuerdas de la paciencia, con casos de machismo extremo e irracional, con hombres rodeados del halo de autoridad aprovechando púlpitos y bancas para emitir ofensas a las mujeres, discriminaciones varias y disculpas ante el acoso y el abuso de poder.

Y, cómo no, también tenemos ya desde el feminismo una importante acumulación, tanto histórica –con antecedentes recuperados desde al menos principios del siglo XX– como reciente. Se trata de un movimiento de ideas y de acción política que sobrepasa en mucho los límites de una o de algunas organizaciones, cuyos cambios palpables pueden verse en leyes, en políticas y en prácticas sociales, pero que revoluciona ante todo las mentalidades, la forma de entender las sociedades y sus relaciones a partir del sexo (de la sexuación de la especie humana) y del género (cómo entendemos dicha sexuación y todo lo que deviene de ella). Y hablamos de feminismo porque el foco del cambio está en las mujeres: es el movimiento que busca modificar el lugar asignado a las mujeres en la sociedad. Y las mujeres son sus protagonistas centrales porque no hay cambios sociales sin sujetos que actúen en primera persona, con voz propia: sin permisos y sin tutelas.

El #8M en Paraguay logró conjugar todo esto de manera brillante, con una organización horizontal y autogestionada, con reuniones previas abiertas y en una plaza, con cada quien aportando lo que mejor podía, con colorido y creatividad.

Ahí tuvieron cabida los temas y las expresiones que cada participante quiso resaltar, sin tabúes, sin prescripciones ni proscripciones. Cuestiones como el aborto legal y seguro (clásico tema “maldito”) marcharon a la par que la paridad y la igualdad del trabajo doméstico. Los derechos coexistieron, sin privilegios: a una vida libre de violencia, al cuidado, a la tierra, al libre tránsito sin acoso, a la educación sexual, a la sexualidad y la reproducción con salud y sin coacciones, a vivir sin discriminaciones, entre otros muchos. Una fiesta que mostró al Paraguay lo que podemos ser con la construcción colectiva y sostenida de las mujeres y de quienes se unen a esta lucha desde una gran diversidad de lugares y posiciones sociales.

Claro que sigue ahí la reacción fundamentalista y patriarcal, al acecho para impedir que esto siga avanzando. El mismo día de la marcha intentaron una convocatoria frente a la Catedral, sin lograr nada significativo. Difundieron luego fotos de una escena teatral ocurrida en Argentina, para intentar avivar el temor y el rechazo ante el cuco del aborto. Pero bueno, a todo eso ya estamos acostumbradas las feministas: van a tener que seguir mintiendo y cada vez menos gente les creerá, porque las narices crecen, eso lo sabemos desde Pinocho. No les va a resultar, porque ellos pelean por privilegios y nosotras peleamos por derechos.

Lo que ahora importa es que somos una fuerza social consolidada, con una historia que honramos y un futuro que seguimos diseñando, que tenemos el desafío de transformar el mundo mientras vamos generando cambios concretos, y que luego del #8M en Paraguay las feministas tenemos el derecho y hasta el compromiso de asumir el optimismo.


8M: La alegría de ser mujeres (y de no estar solas)


Después de semanas de trabajo y organización, finalmente llegó el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer Trabajadora, celebrado en los 54 países que se han sumado al Paro Internacional de Mujeres. Aquí, más de 70 organizaciones han articulado esfuerzos para una organización sin precedentes, con actos e intervenciones en todo el país y una movilización en Asunción que reunió a casi 10.000 personas, en torno al festival celebrado en la Plaza de la Democracia. A continuación expongo las razones, personales pero quizá compartidas, de por qué creo que definitivamente el 8 fue una fiesta.

Las organizaciones feministas en este país no son algo que se haya inventado hace una semana. Muchas existen hace ya varios años, con diversos esquemas de organización

–articulaciones, movimientos, coordinadoras, colectivos, sindicatos– así como con diferentes focos de trabajo (mujeres campesinas, indígenas, lesbianas, trans, trabajadoras domésticas, niños y niñas…) pero me atrevo a decir que todas han tenido y tienen que enfrentar las dificultades de trabajar en un país en extremo desigual, conservador y machista.

A pesar de las condiciones adversas, estas organizaciones han logrado sostenerse y trabajar, muchas veces articulando fuerzas: prueba de ello es que ya se han celebrado 6 encuentros feministas nacionales; muchas organizaciones han participado de encuentros en el exterior que han enriquecido sus redes; existe producción científica feminista local –y está en aumento–; ya se ponen en acción mecanismos de respuesta de origen social ante casos de violencia; todo lo cual ha colaborado a que hoy la problemática de género sea un tema obligado en la agenda, que nos mueve a debatir, pensar y repensar mucho de lo que está “normalizado” en nuestra sociedad.

Este nuevo escenario, en que hablar de feminismo y de sus reivindicaciones al parecer va dejando de ser un tabú, plantea un desafío para todas las que llevan años trabajando en esto y las que están incorporándose.

Nos exige reflexionar sobre nuestros objetivos y las acciones que tomaremos es pos de ellos. Desde las universidades hemos aunado esfuerzos para que el 8M llegue a nuestras aulas; hoy, agrupadas dentro de la Plataforma de Universitarias Feministas, nos toca hacer nuestro propia análisis.

8M Paraguay. Foto: Luis Fernando Morel

Cómo llegamos al 8M: Un día del que no hay vuelta atrás

Minga Pora, Encarnación, Caaguazú, Pilar, Ciudad del Este, Aregua… En colegios públicos y privados, el Buen Pastor, instituciones públicas, empresas privadas, los Bañados de Asunción. En total se llevaron a cabo más de 50 intervenciones, paros y actos para lo que hubo un trabajo previo de varias semanas. Todos los martes, la Plaza Italia era testigo del encuentro de mujeres de diversos espacios que intercambiaban ideas en miras a lo que sería ese día.

Paralelamente a las acciones concretas, se debatió constantemente sobre la difícil realidad que vivimos las mujeres de este país, que cada una de las organizaciones puso de relieve: matan a una de nosotras cada 4 días, por el simple hecho de ser mujeres; nos obligan a ser madres (peor aún, obligan a las niñas a ser madres) sin garantizar condiciones mínimas para una maternidad respetada ni en nuestros espacios de trabajo, ni en nuestras universidades; las mujeres campesinas e indígenas son violentadas en el campo; las mujeres trans son asesinadas impunemente; las mujeres de la ciudad salen a las calles sin saber si volverán ese día y el Estado no brinda respuesta eficaz ni a nada de esto ni a muchos otras problemas.

Pero la dureza de esta realidad, si bien nos interpela a cada instante, no impidió que el 8M fuera lo que fue: una gran fiesta lila, llena de alegría, de esperanza, en la que nos hermanamos mujeres diversas, conscientes de nuestras diferencias, pero también de la fuerza que tenemos cuando estamos juntas y organizadas.

De aquel 8M me quedó impregnada en la retina la imagen que veía desde la terraza de la Plaza de la Democracia: éramos miles. Cantando, riendo, llorando, gritando… miles festejando la alegría de estar vivas y de no estar solas, de saber que estábamos haciendo historia.

Hoy somos conscientes de que tenemos voz propia y la alzamos por sobre todo lo que nos siguen diciendo, por sobre los que dicen que estamos locas. Y si estamos locas, lo estamos de alegría y ternura, de saber que nunca más estaremos solas y que podemos transformar la realidad con nuestro poder.

 

Texto publicado originalmente en El Independiente