• 21 May 2016

Por Clyde Soto y Rocco Carbone // Paraguay se convirtió en modelo para los golpes institucionales de la derecha. El golpe aún en proceso en Brasil despertó las heridas que hace cuatro años marcaron y dividieron a Paraguay. El golpe paraguayo fue señalado como el modelo seguido ahora por los sectores de una derecha neoliberal corrupta brasileña, empecinada en bajar del poder a un gobierno democráticamente electo, utilizando el mecanismo constitucional del juicio político. Muy parecido, pero muy diferente. Es que el llamado “golpe a la paraguaia”, tal como lo nombró la misma presidenta del Brasil, Dilma Rousseff –ahora apartada del ejercicio mientras se verifica el juicio–, es parte de una familia de operaciones políticas –que ya va configurando toda una genealogía– sobre los gobiernos de izquierdas en América Latina.

El de Paraguay fue el segundo de los llamados “golpes blandos” con éxito desde el inicio de este siglo. El primero fue en Honduras en 2009. Fueron los primeros golpes exitosos, pues ya antes había habido otros no exitosos: en Venezuela en 2002 y en Bolivia en 2008, así como hubo después en Ecuador en 2010. En cambio, en Argentina el caso Nisman dio lugar a veladas amenazas que no llegaron a concretarse, hasta que en 2015 se produjo el cambio de gobierno en dirección de derecha por vía electoral. Y una apostilla: los golpes no siempre han sido golpes tan “blandos”. En varios de estos episodios hubo fuerzas armadas y policiales entremedio, actuando. Y en Paraguay hasta hubo una masacre –la de Curuguaty–: dato nada “blando”. No obstante, a diferencia de los golpes de la generación pasada, el protagonismo político fue siempre de civiles.

El primer golpe “exitoso”, de Honduras, fue un auténtico desastre que generó el repudio unánime internacional, puesto que los golpistas capturaron al presidente y lo sacaron del país en piyama (detalle que recuerda a otro presidente golpeado y en piyama: Salvador Allende). Pero el objetivo fue logrado, a expensas de una institucionalidad débil, incapaz de resistir el ataque y pese a las movilizaciones sociales de protesta que sacudieron al país en aquellas jornadas. En Paraguay, en 2012 se logró un mayor refinamiento: el uso de los mecanismos institucionales para destituir con visos de supuesta legalidad al presidente electo, y con un ingrediente previo: la masacre que al conmocionar al país dejó virtualmente sin capacidad de reacción a la ciudadanía democrática y dio elementos de justificación al proceso destituyente. Pero en lo institucional hubo tanta desprolijidad que lo acontecido fue objeto de interminables debates acerca de la cualidad golpista o legítima del proceso. En el Congreso paraguayo, los partidos y sectores tradicionales –incluso aquellos que habían sido aliados de Lugo– se tomaron menos de una semana para concretar la destitución y apenas 48 horas en el juicio político propiamente dicho, echando por tierra todo atisbo de debido proceso y sin preocuparse de dar un cierto lustre a las argumentaciones. Las movilizaciones fueron totalmente insuficientes para conmover el camino del golpe.

El golpe brasileño es “a la paraguaia” por una cuestión central: el uso desvirtuado de un mecanismo constitucionalmente previsto a fin de conseguir un objetivo que no posee fundamentos. Sin embargo, en Brasil han refinado aún más el proceso: pues lo realizan con toda parsimonia, siguiendo las etapas previstas y haciendo una especie de parodia de los debates que se supone deberían dar sustento al impeachment. El problema aquí no son las formas ni los tiempos, pero el resultado es lamentablemente parecido: se trata de un proceso viciado, pues la presidenta de Brasil no está acusada de nada que sea considerado un crimen y que amerite su enjuiciamiento, mientras quienes la acusan e impulsan el juzgamiento están dirigidos por personajes acusados de corruptos (Panamá papers) y protegidos por sus fueros parlamentarios. La otra cuestión, lateral, si se quiere, que lo hace “a la paraguaia” son los fundamentos (su falta más bien) del impeachment. En la sesión de la Cámara de Diputados las “interpelaciones argumentales” para votar por el “sí” eran tres instituciones en nombre de las cuales se implementaron un sinnúmero de aberraciones en la historia de la humanidad: Dios, patria y familia. Por si fuera poco, hubo un diputado que dedicó su voto a un torturador de los tiempos dictatoriales. Y ni bien concretado el apartamiento provisorio de la Presidenta, Temer conformó un gabinete blanco y totalmente excluyente: sin mujeres ni negrxs. Es el síntoma de la exclusión social. Además, degradó el Ministerio de Cultura al rango de Secretaría. Emergentes que en la Argentina encuentran varios correlatos, como el “sarcasmómetro” que la jueza Susana Nóvile interpuso entre la revista Barcelona y Cecilia Pando, y otras muchas des-políticas culturales de cuño macrista.

Detrás de este entramado hay una derecha en movimiento, en proceso de rearticulación continental/mundial y de retorno. Derecha que se posiciona en contra de la pérdida de privilegios, que ve como amenaza hasta la más mínima redistribución de la riqueza y que desea plena liberalidad para hacer sus negocios sin las irritaciones que conlleva el aumento de derechos para las grandes mayorías latinoamericanas. Los discursos y las resoluciones son asombrosamente similares. Tanto en Brasil como en la Argentina hay un embate contra el sistema de educación superior que se está verificando a través de una crisis presupuestaria generalizada, que implica el cierre de programas e investigaciones, disminución y cese de becas, desmantelamiento de proyectos educativos en curso, aumentos indiscriminados de tarifas, paritarias no resueltas. Hay más: cercos mediáticos que silencian, sobre todo ante movilizaciones como las que recientemente en Paraguay han protagonizado los sectores campesino y estudiantil, cambiando la correlación de las fuerzas sociales frente al gobierno.

Estos procesos de restauración conservadora, negadores seriales de derechos, implican también y quizás sobre todo, una vuelta hacia atrás en términos históricos. Hacia una etapa mucho más remota que los cercanos años neoliberales. De hecho, todos estos ademanes reactualizan la vuelta de los dueños de la Casa Grande, quienes al retornar pretenden expulsar al Pueblo y arrinconarlo de nuevo en la Senzala. Con un matiz: el contrafrente ya no supone ninguna “sacarocracia”, sino la reducción de nuestros países al tamaño del mercado.

 

Artículo publicado en Página 12 el 21 de mayo de 2016.

 

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