• 10 Nov 2016

por Clyde Soto // Un fantasma alumbrado por el fundamentalismo religioso recorre el mundo[1] y ha cobrado formas muy vistosas en Paraguay. Se trata de la muy nombrada “ideología de género”: un poderoso y bien financiado escudo conceptual esgrimido por los sectores anti-derechos para oponerse a la transformación y erradicación de las discriminaciones basadas en el género. A las complejas y potentes reflexiones y propuestas que elaboran una crítica sobre el lugar y los derechos que se reserva a las personas según su ubicación en el aparataje de sentidos y normas que tienen relación con el dato (biológico) de la sexuación de la especie humana, los conservadores de la tradición discriminadora dicen: “eso es ideología de género”.

Precisamente, el género es un concepto usado para significar que a partir del sexo se producen construcciones sociales y culturales que históricamente han resultado en merma de derechos y en discriminación para una parte importante de la humanidad. La comprensión del género nos permite entender que no es natural que –por ejemplo– las mujeres sufran violencia o mueran asesinadas por sus parejas debido a  razones tan aparentemente nimias como “no tenía la cena preparada” o “me sacó de mis casillas” o “decidió que ya no quería seguir la relación”. No es natural, sino que es el producto retorcido de sociedades que se han constituido sobre la base de un poder masculino que cuando se ve desafiado puede llegar a “romper todo” como grito desesperado de impotencia y con ánimo de reafirmar su amenazado lugar en el mundo. Claro, no todo hombre se comporta de esta manera: son algunos, pero ponen en escena de manera brutal el mismo libreto que una gran mayoría social está interpretando, quizás con mayor sutileza o siguiendo un guión invisible, escrito por tradiciones inmemoriales y ratificado por leyes, costumbres e instituciones. Es un libreto generizado, donde cada persona debe ubicarse en el sitial que le ha sido reservado: las mujeres como seres dependientes ante el poder masculino, los hombres como seres dominantes, cada quien según la asignación que se le hizo al nacer y poniendo en acto los contenidos otorgados a su ser sexuado.

Las rebeliones son sancionadas: con marginación, con soledad, con exclusión, con estigmas, con pérdida de derechos o discriminaciones. Aquí vemos a las mujeres que no se adecuan a los roles que les han sido establecidos (por ejemplo, las que no son madres, las de carácter fuerte, las lesbianas, las que realizan tareas tradicionalmente masculinas), a los hombres que no son “suficientemente hombres” (como los débiles, los que lloran, los que no son buenos proveedores, los poco dominantes), a quienes como mujeres o como hombres dan contenidos novedosos a su masculinidad o a su feminidad, a las personas trans que transitan entre lo que se les asignó y lo que son (su identidad), a las personas intersex que no se ajustan a los polos binarios del sexo, a quienes resisten el mandato de generizarse según lo establecido.

El concepto de género (surgido en el cuarto final del siglo XX) es una herramienta de análisis que ha permitido el frondoso desarrollo de una teoría crítica frente a las tradiciones sociales y académicas que han tratado a este tema como si no existiera, naturalizando las discriminaciones y ejerciendo de numerosas formas su poder represivo y normalizador, desde increíbles olas de violencia genocida (como la caza de brujas desatada por la Santa Inquisición católica medieval, que mató a unas nueve millones de mujeres en Europa y en América), hasta rituales consolidados o “inocentes” modas. Es decir, son los mandatos tradicionales de género, instalados a sangre, hoguera y leyes en el imaginario colectivo, los que constituyen una auténtica ideología, que para mayor precisión debería nominarse como “ideología de la discriminación de género”. Sin embargo, la operación en espejo –el llamar “ideología de género” justamente al análisis que desnuda el carácter ideológico y desnaturaliza la discriminación basada en el género– es una proyección de las responsabilidades propias en esta materia.

En todo caso, y pues la ideología es finalmente un conjunto de interpretaciones que permite otorgar sentidos a hechos y aspectos de la realidad, podríamos asumir que hay una ideología que propugna discriminación de género, adoptada y difundida por  fundamentalistas y conservadores, y otra que defiende la igualdad de género, como camino para instituir bases más justas de convivencia social. Y ya que estamos, es importante también cuestionar la ideologización como mecanismo de desprestigio de los sectores oponentes. Es una operación que funciona así: se adjudica ideología a quienes se pretende cuestionar, al tiempo que se reserva “la verdad objetiva”, despasionada y desideologizada para el propio sector y las propias posturas. Es por eso común que quienes son de izquierda sean acusados de “ideologizados” por una derecha que no se reconoce como portadora de ideología. Ahora hacen lo mismo con la cuestionada “ideología de género”, y lo hacen quienes no concuerdan con la idea de que la discriminación de género existe y puede ser modificada.

Todo esto podría ser nada más que un interesante debate social si es que no estuvieran en juego los derechos de las personas. En estos días en el Paraguay está tratándose el proyecto de la ley integral contra la violencia hacia las mujeres, una ley por demás necesaria, dada la gravedad y frecuencia de los hechos violentos que sufren las mujeres debido a ánimos trastornados por los mandatos tradicionales de género, visibles sobre todo en las agresiones sexuales y en las ocurridas en el marco de relaciones de pareja, en las familias y en los hogares. El proyecto original fue gravemente recortado en la Cámara de Diputados, llegando así al Senado donde por el momento tiene una aprobación en general con importantes restituciones, según el dictamen de la Comisión de Equidad de Género. ¿Y cuál es uno de los asuntos controvertidos? Sí: el género.

Hay una onda antiderechos que prosperó en el Congreso Nacional, convenciendo a varias autoridades parlamentarias de que la palabra “género” es mala y, por tanto, en Diputados decidieron eliminarla de todo el texto del proyecto. En el Senado, luego de la aprobación en general, se hará una discusión de cada artículo el jueves 17 de noviembre. Pero ya se anticipa la oposición de ciertos parlamentarios al término que nos ocupa. El argumento que esgrimen es que “el género no es una construcción social, sino que se trae con el nacimiento” (esto se lo escuchamos a la senadora colorada Blanca Ovelar). Es decir, naturalizan las discriminaciones que pesan sobre las mujeres y sobre quienes no se adecuan a los mandatos de género. Y niegan que exista la identidad de género, con lo que buscan impedir que las mujeres trans sean alcanzadas por lo que sea dicho en el proyecto. En síntesis, pretenden quedar bien aprobando la muy reclamada ley de violencia, pero despojándola de su contenido más relevante: que existen violencias dirigidas hacia las mujeres justamente por ser mujeres, basadas en construcciones culturales y orientadas a preservar los mandatos sociales de género.

Estamos hablando apenas de uno de los casos donde el fundamentalismo conservador y antiderechos está haciendo de las suyas, intentando frenar o retroceder en cuanto a logros. Hay muchos más, en Paraguay y también a nivel internacional. Es la reacción virulenta a los avances de las mujeres y de los grupos que luchan por el reconocimiento de la diversidad sexual. Y es que, en general, ningún sector con privilegios acepta así nomás despojarse de ellos para reconfigurar los poderes sociales en igualdad.

 

[1] Con permiso para el fraseo.

 

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