• 24 Oct 2012

La noticia golpea y mal, como mucho de lo que sucede en el Paraguay de estos tiempos. Una joven de 18 años decapita a su bebé recién nacido. Una noticia que se agrega al tendal de sucesos con que algunos medios de comunicación se regodean para alimentar el morbo colectivo. Padre que mata a su bebé y luego intenta suicidarse, mujeres muertas en manos de sus exparejas, violador serial en Hernandarias. Pero no me referiré a todo lo que cabría decir sobre estos hechos de gravísima violencia, sino a las respuestas igualmente gravísimas y violentas que una parte de la población parece tener ante este tipo de casos.

Golpea, tanto como las propias noticias, ver cómo los espacios habilitados para los comentarios de lectoras/es se llenan de tanto odio, tanta virulencia, tanta venganza y tanta insania. Y hablamos de personas que aparentemente tienen acceso a los más altos y privilegiados beneficios de la vida social, como hoy podemos decir que son la educación y el trabajo digno en un país tan desigual como el nuestro. Sucede que el Facebook, que es la herramienta usada por algunos periódicos digitales para permitir a sus lectores opinar, coloca algunos datos de quien opina al lado del comentario, y así podemos vislumbrar algo más que el nombre y la opinión.

Vemos, por ejemplo, que entre la buena cantidad de personas que claman por la pena de muerte hay un señor que ostenta el cargo de “gerente administrativo y financiero” en una empresa de informática. Otra mujer, que trabaja en la ANDE, opina que “merece ser decapitada ella”. Hasta una chica que estudia en el extranjero, en una renombrada universidad de Buenos Aires, pide también que decapiten a la joven del suceso. La pena de muerte riñe con principios básicos de derechos humanos, aun cuando sea una práctica persistente y aceptada en muchos países. Pero quizás sea un esfuerzo vano intentar explicárselo a quienes opinan que las personas que cometieron crímenes no merecen gozar de derechos humanos.  Esto es la negación misma de la idea de que todo ser humano, por el simple hecho de serlo, tiene derechos básicos e inalienables.

Hay también gente que pide tortura, con todas las letras. Un muchacho que indica estudiar en un colegio religioso, por ejemplo, pide “que se le arranque el útero sin anestesia”, mientras que otra persona que trabaja en la Cámara de Diputados pide “que se le corten las manos”. Y hasta hay cosas peores, que prefiero no reproducir. Lo claro es que los comentarios hacen gala de una crueldad inconmensurable.

Después están los que juzgan a la mujer no por el crimen cometido sino por lo que en sus enfermizas mentes consideran que es una falta moral. Así, un hombre que está o pasó por la Facultad de Ingeniería clama: “A ver salgan pues malditas feministas a defender a esta puta”, entre otras expresiones agresivas que no vale la pena transcribir. Otro, de la Universidad Católica, expone: “Pensó que matando una criatura inocente taparía lo puta que es… puerca asquerosa… con razón que le usaron y tiraron”. Gente así es la que después anda diciendo que defiende la vida, mientras cree que a algunas mujeres hay que “usarlas y tirarlas”.

Para completar, están quienes con aparente mayor benevolencia piden que se mande a la mujer a la cárcel o al manicomio. “Allí sabrá lo que es bueno”, dice una joven que evidentemente considera que estos espacios de reclusión deben ser lugares de tortura. Posiblemente piense así porque esa es la realidad… pero no se debería defender una realidad tan fea. Y también están quienes la quieren enviar al psiquiatra. Pero no para que tenga asistencia si la requiere, o para que eventualmente recupere el equilibrio extraviado, sino como una forma no tan sutil de castigo. Son expresiones de la potente estigmatización que termina de hundir a las personas con alguna dolencia psicológica.

No sé si opiniones de este tipo son mayoritarias en la ciudadanía paraguaya, o simplemente se manifiestan libre y abrumadoramente ante hechos que les dan motivación y aparente sustento. Lo cierto es que van dejando una estela opresiva en las redes sociales y espacios de opinión pública. Quizás hasta se vean alentadas por un medio bastante mentiroso donde, además de dar la noticia con pésima redacción, se publicó el nombre y la dirección completa de la joven del suceso, violando principios básicos de ética periodística.

Tal vez estas personas se consideren muy honorables al opinar de esta manera ante un caso del que no saben más antecedentes que lo expuesto en una noticia mediocre. Pero yo las leo y las veo como parte del mismo fenómeno social que produce criminales, ladrones, violadores, corruptos, torturadores y déspotas. Y de pronto también una madre asesina… Es una sociedad que permite una matanza para dar un golpe de Estado y encumbra en el poder político a quienes se aprovechan de tan trágico suceso. Es una sociedad que dentro de poco más de una semana permitirá que con grandes pompas regresen los huesos de un dictador asesino. Es una sociedad donde toca resistir a muchos golpes y es imperativo despertarse para cambiar las raíces de lo que nos aqueja.

Edvard Munch, "El grito"

Edvard Munch, “El grito”