• 11 Mar 2010

El escrito de Lourdes Peralta en su blog de ABC me parece un compendio de las ya típicas expresiones discriminatorias:

– Para comenzar su título… el problema es la homosexualidad, no la discriminación y las personas que discriminan.

– Parece que se dispone a una reflexión profunda, pero sólo termina en una seguidilla de los lugares comunes de la discriminación.

– Sigue con la sospecha de que la eliminación de trabas a la oficialización de las parejas del mismo sexo anticiparía una especie de catástrofe mundial, “un extenso desierto”. Lo mismo se decía en tiempos en que a las mujeres se negaba el voto: “aquí comienza la debacle”. Y todavía hay quien sostiene que la famosa “crisis de la familia” se debe a que las mujeres tienen más derechos, y quieren más, y no a que muchos hombres aún desean como compañeras a personas sin derechos.

– Después adhiere soterradamente a la hipótesis conspiraticia, que coloca a la lucha por más derechos y contra la intolerancia y la discriminación en un plano comercial. Con eso, en vez de en todo caso señalar concretamente los hechos que critica, sólo intenta desprestigiar sin dar mayores argumentos. Es como cuando los sectores providas hablan de “una conspiración impulsada por las Naciones Unidas para instalar la cultura de la muerte”. Muy parecido. También cierra el artículo con esta idea, afirmando que hay aquí un “negocio” que promociona la libertad de elección sexual.

– Luego establece categorías de discriminaciones, para ella las existentes hacia personas homosexuales serían válidas, pero no otras como las que se dan hacia las personas negras. Es lo que se intenta hacer al decir que “todo bien con la ley contra toda forma de discriminación, pero si sacan a las personas homosexuales de la lista”.

– Expone posteriormente su convencimiento de que las personas y las manifestaciones heterosexuales deben gozar de derechos que no deberían extenderse a personas y manifestaciones homosexuales. Algo así como: “No son iguales, así que olviden eso de tener iguales derechos”. Ella está profundamente convencida de la superioridad heterosexual.

– Tira la piedra y esconde la mano. Trata de convencernos de que no quiere tampoco una cacería homosexual. ¿Será que le basta con el escarnio, la humillación y el encierro? Parece que sí, porque le parece genial el sufrimiento solitario y silencioso de su ejemplo. Es la conocida idea de “está bien, que existan, eso ya sabemos, pero de ahí a que quieran visibilidad y derechos…”.

– Trata de aparentar alguna idea profunda refiriéndose a lo político y lo genético, sólo para terminar negando el derecho de las personas a luchar políticamente por el respeto a la diversidad y la libertad sexual. Lo que dice es que no quiere que nadie venga a moverle el piso a una sociedad consevadora, sobre todo a quienes, como ella, están felices en su supuesta adecuación a los parámetros dominantes sobre estos asuntos.

– Cierra el debate sobre cuestiones que han sido de hecho debatidas en toda la historia de la humanidad. Sin embargo, ¿cómo entenderíamos nuestra historia social, política y cultural si no reconocemos en ella el debate sobre ideologías, moral y religiones? Con esto supone la inamovilidad de lo que de hecho siempre se ha movido.

– Después se ubica en el lado de un “todos” homogéneo y poderoso, como si no hubiera criterios e ideas diferentes como respuesta a la pregunta de Rosa Posa. “Todos sabemos la respuesta” niega la diversidad de enfoques y posturas. Quiere dar por cerrado un debate que apenas comienza.

– Encima intenta disfrazar su pensamiento discriminatorio diciendo que cree que el reconocimiento de la homosexualidad es algo sensato. Como si no hubiese dicho todo lo anterior.

– Y, como si fuera poco, se aferra a la naturaleza para justificarse. Con ello, obviamente, tira al plano de lo “antinatural” y “anormal” a las personas homosexuales.

Me espantan sus ideas, y me harta el tufillo cobarde con que se las expresa.

 

todos iguales

 


  • 19 Ago 2009

Una de las formas más efectivas de discriminar es quitándole el carácter normal a una persona, conducta, pensamiento o relación. Frecuentemente quienes utilizan este argumento no indican claramente sus parámetros sobre la normalidad.

Por ejemplo, lo normal puede tener que ver con la frecuencia, en cuyo caso lo que se encuentra en los rangos medios en términos de repetición podrá gozar de ese carácter. Otra posibilidad es que lo normal tenga que ver con lo deseable, con lo cual se establecen criterios de normalización, no porque haya hechos que se ajusten con alta frecuencia a los estándares establecidos, sino porque se desearía que todo ocurra de cierta manera. La norma, en este caso, marca un camino, un deber ser, una aspiración.

Una manera más de ver a lo normal es según la adecuación de los hechos, personas, conductas, etc., con lo aceptado y con lo prohibido (en estrecha vinculación con lo anterior, aunque aquí los criterios frecuentemente están difusos, o bien se enfatiza no tanto en lo deseable sino sobre todo en lo inaceptable). Así, se considerará normal lo que no cae en el fangoso terreno de las prohibiciones. Por qué una sociedad determina que ciertas conductas son o deberían ser “anormales” y, en consecuencia, prohibidas tiene que ver con un complejo mundo de costumbres, tradiciones, creencias, religiones, imaginarios, ideologías, experiencias y muchas veces con lo que se desea que ocurra (aun cuando no se lo explicite). Lo deseable aquí ya se ha traducido en ley, y se castiga lo que no condice con la norma.

Es bueno reflexionar sobre todo esto cuando de normalidad se trata. Un artículo escrito al respecto por un bloguista de Última Hora(1), cita un criterio de normalidad que dice: “La normalidad es aquello que cumple una función conforme al propio diseño o función del cuerpo humano” escrito por un supuesto científico, como aval para una pretendida prohibición del tratamiento de temas relacionados con la diversidad sexual en escuelas y colegios. El criterio tal habla de un cuerpo humano único y uniforme, lo que en realidad refiere a la norma como aquello que se desea que suceda, y según lo cual se dictarán aceptaciones y prohibiciones sociales. Indica el autor del artículo, Gustavo Olmedo, que todo lo que se salga de este camino de lo para él deseable y por tanto aceptable, y toda acción que trate normalmente a lo que según su criterio es anormal, debe ser evaluado como una expresión violenta, autoritaria y hasta dictatorial. Con esto intenta traducir su deseo en ley, y establecer interdicciones a lo que no cabe en su estrecho mundo de parámetros.

Sin embargo, el cuerpo humano es naturalmente diverso, y aquí es cuando la “normalidad” de Olmedo se topa con un muro. No sólo los cuerpos y sus sexualidades son diversos, sino que también son dinámicos… frecuentemente se mueven. La naturaleza (y no sólo la de los seres humanos, sino toda ella) es dinámica, no tiene un diseño estático. Si así no fuera la humanidad no existiría. El tema es que se da por cierta una falsa premisa para establecer la norma: el “diseño humano” es una abstracción contraria a la misma naturaleza de la vida humana, y no hay un estándar tan claro como para que alguien se atribuya el derecho de decir “ésta es la norma”. En todo caso, la norma humana es mucho más la diversidad que un prototipo único que pudiera determinar conductas precisas e invariables, o modelos únicos, incluso cuando del sexo biológico hablamos. Más aún si nos referimos a valores, tradiciones, culturas, instituciones y conductas.

No obstante todo esto, los intentos por establecer la norma y la prohibición cuando de cuerpos y sexualidades se trata, han sido siempre harto frecuentes, y los criterios han ido cambiando notoriamente a lo largo de los tiempos. Los argumentos referidos a una “normalidad” humana inmutable no pueden sostenerse con apenas someras revisiones de la historia cultural de la humanidad.

Lo que aquí importa, en todo caso, son las derivaciones de las afirmaciones falaces con respecto a lo que es normal o anormal, que son hechos de discriminación que ensombrecen y dificultan la convivencia humana. Podrán decirme que la discriminación, por frecuente, es normal… pero aclaro que para mí, desde la perspectiva de lo deseable, no me parece así, ni un poco. La convivencia humana basada en la valoración de la diversidad, en la libertad personal respetuosa de la correspondiente a las demás personas, en la convivencia de quienes siendo diferentes nos consideramos iguales, resultan estándares que en las sociedades humanas no hemos alcanzado plenamente, pero que al menos estamos construyendo poco a poco, y que podrían derivar en una mejor calidad de la vida colectiva. Para alcanzarlos debemos revisar nuestros criterios de normalidad, y empezaremos quizás a desnormalizar la discriminación.

 


Gustavo Olmedo, Homosexualidad y educación, publicado en Última Hora Digital, Martes 18 de agosto de 2009.