• 20 Feb 2017

Hace un tiempo Beatriz Gimeno escribía un recomendable artículo sobre lo que ella llamaba el “whitewashing antifeminista”, para describir a la despolitización de la lucha contra la violencia hacia las mujeres. Ella decía más o menos que consiste en que hoy es “políticamente correcto” estar en contra de la violencia hacia las mujeres y que además se plantea que la lucha contra la violencia hacia las mujeres se podía hacer fuera del feminismo, y, además, que era mejor hacerlo sin ser feminista. Onda “no soy machista ni feminista, soy humanista” (¿te suena?).

En lo que más coincido con Gimeno es en que la lucha contra la violencia hacia la mujer DEBE ser feminista, porque es el feminismo el que estudia y plantea las causas profundas y propone alternativas profundas de transformación. Creo que la negación o la desacreditación de la visión feminista además lleva a un gran movimiento de indignación, pero donde se evita debatir y afrontar las causas profundas. Donde –por ejemplo- se aplaude y se considera genial que el movimiento Schoenstatt diga que no a la violencia hacia las mujeres “porque nosotras somos el reflejo de la Virgen María”. Si total, el tema es estar en contra de la violencia hacia las mujeres, ¿no?

En Paraguay, en tiempos donde hay feministas jóvenes poniendo voz y cuerpo, donde muchas ya no tienen miedo para identificarse feministas y decir que es el feminismo desde donde hay que plantear estas luchas, aparece una “¿nueva?” especie. Me refiero a quienes pretenden darnos cátedras de feminismo a las feministas, quienes nos explican a nosotras lo que es el “buen” feminismo y el “mal” feminismo. Obviamente, mirando el partido desde la gradería, desde el lugar de quien no fue criado para tener miedo a la violación y de quien no sabe lo que significa saber que tus derechos no están garantizados por el sólo hecho de ser mujer.

Es maravilloso ver a varones que se consideran feministas o quienes aportan a las construcciones feministas. Pero resulta que cuando se plantea que es legítimo que la voz de las mujeres sea escuchada prioritariamente, ahí aparece la palabra “feminazi”. Esta afirmación esconde que el sufijo nazi pertenece a una ideología que ha matado millones de personas en el mundo y que el feminismo pide –entre otras cosas- que no nos maten, sin contar que el feminismo no ha matado a nadie. No es tan difícil de entender, ¿no?

En fin, cuando leo artículos que nos explican lo que es aplicar “bien” o “mal” el feminismo, pienso en lo que plantea Barbijaputa sobre el rol del aliado feminista:

“Cuando un hombre resta importancia al discurso de una feminista, cuando minusvalora o no empatiza con su experiencia, cuando la juzga o la pone en duda, no sólo no aporta al feminismo, sino que lo boicotea. Y esto se da con demasiada frecuencia dentro de espacios feministas. En cualquier conversación sobre feminismo en redes, sin ir más lejos”.

Pienso también que algo hemos de estar haciendo bien las feministas paraguayas si hay demasiada necesidad de salir a “explicarnos” lo que hay que hacer. Pienso que algo debemos estar interpelando. A alguien debemos estar molestando, ¿no? Después de todo, sin molestar no se cambian las cosas. Ningún cambio social profundo se hace sin desafiar una situación de hecho injusta. Eso molesta. Siempre.


  • 14 Dic 2016

Vivimos tiempos donde la palabra “violación” está en boca de todo el Paraguay. Se está discutiendo la posible violación de la Constitución Nacional por el tratamiento de la enmienda para la reelección presidencial.

En medio de esto, pareciera muy sencillo comparar la violación de una norma con la violación sexual a una mujer. El día de ayer apareció este cartel en una manifestación.

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Hace unos días durante el tratamiento del proyecto de ley contra la violencia hacia las mujeres, más conocida como el proyecto de ley #PorEllas, se propuso que la violencia política fuera considerada una forma de violencia contra las mujeres y sancionada como tal. ¿En qué consiste la violencia política y de donde viene el concepto? En nuestra región se viene discutiendo la paridad democrática, que consiste básicamente en una medida para superar la histórica discriminación que sufren las mujeres que implica la obligatoriedad de colocar un 50% de mujeres en las listas de candidaturas para cargos públicos. Hay países como Bolivia, donde la paridad es ley y a partir de esto se ha visto que se está generando una forma particular de violencia contra las mujeres políticas que consiste en el uso de la violencia de género para obligarlas a renunciar de sus cargos o apoyar una u otra postura, aún en contra de su voluntad. Como ya no pueden “evitar” que ellas accedan a los cargos, lo que hacen es coaccionarlas para que los abandonen o para torcer su voluntad en determinadas situaciones ¿Cómo se da en la práctica? Con amenazas como la que recibió la Senadora Fonseca. ¿Por qué es una forma de violencia de género? Porque se utiliza exclusivamente hacia las mujeres por el hecho de serlo ¿Alguien vio alguna amenaza de violación hacia Cartes o Lugo, siendo que ellos son los señalados como responsables de la situación? No, porque la amenaza de violación va dirigida principalmente contra las mujeres por el hecho de serlo. Pero hace pocos días unos senadores consideraron que la violencia política no necesitaba ser sancionada “porque no existe en Paraguay” o “porque no es tan grave”.

Las mujeres somos criadas en lo que algunas autoras, como Melissa McEvans llaman la “cultura de la violación” que “es un conjunto de creencias que estimula la agresión sexual masculina y apoya la violencia contra las mujeres. Es una sociedad donde la violencia se considera sexy y la sexualidad violenta. En una cultura de la violación, las mujeres reciben una continua amenaza de violencia que abarca desde comentarios sexuales a tocamientos o violación en sí. Una cultura de la violación aprueba el terrorismo emocional y físico contra las mujeres como norma”.  En esta “cultura” se inscribe la banalización de la violación, tal como se realiza en una caricatura publicada por el Diario Última Hora, donde, de nuevo, se “juega” con el término violación para utilizarla indistintamente como violación de la norma y como violación sexual.

Uh violación

Para decir #NiUnaMenos, la violación sexual de las mujeres no puede ser considerado un asunto banal que pueda ser objeto de chiste. No es aceptable que la amenaza de violación hacia una senadora sea un argumento utilizado en un debate de tanta transcendencia. La violencia contra las mujeres no es un chiste, no puede ser minimizado ni justificado.


  • 28 Nov 2016

El movimiento internacional contra la violencia hacia las mujeres simbolizado por #NiUnaMenos ha logrado colocar en el espacio público la necesidad de la lucha decidida contra la violencia hacia las mujeres. Ha tenido tal éxito que a esta altura ya es “políticamente incorrecto” no estar en contra de la violencia hacia las mujeres. Nadie se atrevería en este contexto a deslegitimar esa lucha. ¿Quién podría estar en contra? Incluso, varones denunciados por violencia se sintieron “presionados” para manifestarse en contra[1].

Beatriz Gimeno plantea[2] que la lucha contra la violencia hacia las mujeres ha generado lo que ella llama el “whitewashing antifeminista”, que consiste básicamente en que el posicionamiento contra la violencia hacia las mujeres no va más allá de eso, vaciando de contenido la lucha al no reconocer ni actuar sobre sus causas profundas. Esa causa es el género.

El término “género” ha sido construido por teóricas feministas cisgénero[3] para explicar que los roles de hombres y mujeres en la sociedad no son naturales, sino que se construyen socialmente y que las relaciones desiguales de poder no están dadas por la naturaleza y que, por tanto, la sociedad puede eliminar esas desigualdades que se traducen en violencia hacia las mujeres. Por eso, la lucha por el término “género” es la lucha por el reconocimiento de las causas profundas de la violencia como primer paso para actuar contra ella. Y no, no es igual a “identidad de género”[4].

Tras 16 años y gracias al avance que ha significado el movimiento #NiUnaMenos, el Parlamento ya no pudo seguir negando la existencia de la violencia hacia las mujeres. Pero se empeñó en negar que hay causas que son construidas socialmente y se ocupó de eliminar quirúrgicamente toda referencia al término “género”.

A finales de los años 90, la propuesta inicial de la Coordinación de Mujeres del Paraguay (CMP) fue un proyecto de ley contra la violencia “hacia las mujeres” y en el Parlamento se pusieron muy nerviosos[5] ante la posibilidad de que el título de la ley implique un reconocimiento de que quienes mayoritariamente sufren violencia en la pareja o familia son las mujeres. Por eso prefirieron el término “violencia doméstica”, que es el nombre de la ley 1600/00. Tras 16 años y gracias al avance que ha significado el movimiento #NiUnaMenos, el Parlamento ya no pudo seguir negando la existencia de la violencia hacia las mujeres. Pero se empeñó en negar que hay causas que son construidas socialmente y se ocupó de eliminar quirúrgicamente toda referencia al término “género”.

La gran mayoría de actores sociales que intervinieron en el tratamiento del proyecto, tanto parlamentarios y parlamentarias, como agencias de cooperación, organizaciones internacionales y el Ministerio de la Mujer, declararon grandilocuentemente que Paraguay debía tener una ley contra la violencia que prohíba la conciliación y establezca medidas de protección, pero nadie se molestó demasiado en defender la necesidad de una perspectiva de género que nos ayude a comprender y combatir las raíces profundas de la violencia.

La nota la dio la Senadora Blanca Ovelar (quien –paradójicamente-  siendo Ministra de Educación incorporó la perspectiva de género en la educación), que declaró que lo que le preocupaba del género y su incorporación en la ley era “la obsesión de Carlitos” [Filizzola] sobre el tema. Ella, que en su momento comprendió e incorporó el término, hoy nos quiere hacer creer que hay algo “detrás” de una palabra que lleva demasiados años siendo explicada.

La lucha por la incorporación del enfoque de género y de la palabra género significa que las políticas públicas en general y en la ley contra la violencia hacia las mujeres en particular (sobre todo una que se pretende integral), deben cuestionar las bases profundas de la violencia, que son las relaciones desiguales de poder que son construidas socialmente. El mero reconocimiento de la existencia de la violencia no basta, es imprescindible luchar contra sus causas profundas. De lo contrario sería una ley cosmética que no contribuiría realmente a que la realidad de las mujeres cambie.

Quienes luchamos contra la violencia hacia las mujeres desde el feminismo tenemos un gran desafío. Seguir luchando para que esta lucha no termine reducida a un trending topic[6] un par de días al año o a una expresión “políticamente correcta” y que se convierta en un motor de cambio social que erradique la violencia contra las mujeres a partir de comprender y combatir sus causas profundas.

 


[1] El día que se llevó a cabo “Ni Una menos” en Asunción el día 19 de octubre de 2016, se denunció que un agresor denunciado por una mujer estaba presente en la manifestación

[2] Este artículo no tiene desperdicios: http://blogs.publico.es/econonuestra/2016/11/05/la-lucha-contra-la-violencia-machista-como-whitewashing-antifeminista/

[3] Císgénero es básicamente el término para referirse a todas las personas que no son trans.

[4] Identidad de género es la vivencia interna e individual del género tal como cada persona la siente profundamente, la cual podría corresponder o no con el sexo asignado al momento del nacimiento, incluyendo la vivencia personal del cuerpo (que podría involucrar la modificación de la apariencia o la función corporal a  través de medios médicos, quirúrgicos o de otra índole, siempre que la misma sea libremente escogida) y otras expresiones de género, incluyendo la vestimenta, el modo de hablar y los modales (Principios de Yogyakarta).

[5] El masculino no es referencia al pretendido universal masculino, sino a la aplastante mayoría masculina parlamentaria que trató el tema.

[6] Se utiliza este término para hacer referencia a un término que es el más utilizado en un momento dado en las redes sociales, principalmente el Twitter.

 


  • 06 Nov 2015

En los últimos días se dio a conocer información sobre personas que estarían cobrando sueldos en el Tribunal Superior de Justicia Electoral (TSJE), sin trabajar, lo que  se conoce como “planillear”. Estas personas, según los informes, estaban viajando mientras “asistían” a su puesto de trabajo.

Ríos de tinta podría escribirse sobre esta práctica de corrupción que debería investigarse y sancionarse en la justicia y eliminarse definitivamente de la “práctica política” paraguaya. Lo que me interesa en estas líneas es resaltar algo del discurso  que he visto y escuchado. Resulta que las mujeres que supuestamente planillean son “las putas y amantes” de alguien. O sea, ella, casi es más acusada de “amantear” y vender servicios sexuales que de quedarse con dinero público sin trabajar ¿cuál es la diferencia, por qué ellas son putas y ellos son sencillamente planilleros? ¿Qué es más grave? ¿Que ella pudiera vender servicios sexuales o que la plata sea pública? De acuerdo al discurso, pareciera que es más grave lo primero. El reproche a las mujeres es casi más de moralina sexual que de hechos punibles.

Quiero recordarle a la gente que se santigua hablando de estas “putas”, que el trabajo sexual en Paraguay es una actividad lícita. Cualquier persona adulta es libre de vender sus servicios sexuales si así lo prefiere. El asunto en este caso es que si hubiera este tipo de transacción (lo cual habría que probar), se trata del dinero que todas las personas contribuyentes de este país pagamos. A mí no me interesa lo que hagan con su cuerpo estas personas, su cuerpo es suyo. Lo que me interesa es saber qué se hace con el dinero que aportamos a través de nuestros impuestos.

El dedito acusador hacia las mujeres tiene mucho más de tufo de moralina que de acusación seria contra la corrupción, ¿por qué hay que tener una calificación diferenciada para hombres y mujeres si pudieron haber cometido el mismo hecho punible?. Esto se llama doble moral, porque mientras se “acusa” a las mujeres de ser “las putas de”, también estamos diciendo  dos cosas: que ellas son incapaces de robar por cuenta propia, lo que muestra que pensamos que son seres inferiores y por otra parte, estamos casi dejando de señalar a quien corresponde. Los lentes del machismo y la doble moral nos pueden llevar a ver las cosas fuera de dimensión y también a sacarle fuerza y seriedad a las reivindicaciones. No hace falta destilar machismo para denunciar la corrupción.


  • 25 Oct 2015

Foto: facebook

Foto: facebook

En estos días se dio a conocer un vídeo de contenido sexual del intendente de Limpio, Ángel Gómez Verlangieri teniendo relaciones sexuales con una joven en su propio despacho de la municipalidad. La joven, una funcionaria de 19 años, posteriormente denunció penalmente al intendente por coacción sexual, acoso sexual y otros dos delitos. En su denuncia sostuvo que el acoso había iniciado apenas había ingresado a trabajar a la municipalidad y que fue obligada a tener relaciones sexuales bajo la amenaza de ser despedida.
Los escándalos sexuales de los políticos no son algo nuevo en Paraguay. En nuestra historia reciente se han registrado varios de ellos (recordemos, por ejemplo, el video de Kalé). Todos los casos tienen de común varias cosas. En primer lugar el uso del poder político para lograr “favores” sexuales con funcionarias, que de otra manera no hubieran ocurrido. En el caso del intendente de Limpio se ha utilizado incluso el horario y las instalaciones pagadas por contribuyentes. En segundo lugar, las reacciones generadas han ponderado al “macho” y vilipendiado a las mujeres.

Foto: facebook

Foto: facebook

La reivindicación del “macho” como el buen gobernante ha sido una de las constantes. En el caso del intendente, un cartel de una manifestación de apoyo decía “queremos nuestro intendente bien macho”, mostrando que este tipo de actos, lejos de indignar a la gente, en muchos casos genera admiración por la muestra de “hombría” del protagonista.
Al mismo tiempo, vilipendiar a la mujer es lo que completa el panorama. “El hombre llega hasta donde la mujer le permite”, decía otro de los carteles.

El acoso sexual en el trabajo es algo muy común, una realidad que afecta a miles de mujeres que en muchos casos prefieren callar (o renunciar si tienen la posibilidad), porque este tipo de mecanismos de justificación son los que se activan inmediatamente. Culpabilizar y responsabilizar a las víctimas de violencia sexual es la primera reacción. Escrutar su vida para saber si es una “víctima apropiada”, antes de creerle es la segunda reacción. Esto envía a todas las mujeres el mensaje de que deben callar toda la violencia sexual que sufren porque antes de ser auxiliadas van a ser juzgadas ellas. A los hombres envía el mensaje de que pueden agredir impunemente a las mujeres porque en el mejor de los casos podrían ser incluso vanagloriados por “machos”.

Además de ser una radiografía perfecta de nuestra sociedad donde los machos que usan el poder y el dinero público para agredir sexualmente a las mujeres no sólo serán impunes sino que serán considerados héroes, muestra una sociedad profundamente machista donde las mujeres seguimos expuestas a la violencia sexual en cualquier espacio donde estemos en relación de dependencia y jerarquía con otros.

En épocas electorales nos muestra además que el nivel del debate no es quien tiene las mejores propuestas, sino quien es el más macho. Ante tan nulo debate, tal vez deberíamos plantearnos votar nulo, ¿no?