• 26 Ene 2016

por Clyde Soto // El “criadazgo” no es una figura legalmente admitida en el Paraguay. Si alguien quiere criar a un niño o niña de quien no tenga la patria potestad debe pedir su adopción, guarda o tutela. Todas estas figuras (diferentes entre sí) tienen procedimientos establecidos, dan responsabilidades a las personas adultas que libremente se obligan a través de ellas, deben tener seguimiento del Estado y dan plenos derechos a niñas y niños, sin discriminaciones y sin ninguna obligación de trabajar en beneficio de quienes se comprometen a criarlos, cuidarlos y protegerlos.

Además, está admitido el trabajo doméstico remunerado recién a partir de los 18 años o la mayoría de edad (en la nueva Ley de Trabajo Doméstico aprobada en 2015). Es decir, tampoco pagando se puede tener a niñas, niños y adolescentes haciendo trabajos domésticos en hogares de terceros. ¿Por qué? Pues porque está demostrado que esta actividad coloca en grave desprotección a quienes aún no pueden defenderse suficientemente, debido a que se realiza entre las “altas murallas” de los hogares, donde eventualmente pueden suceder abusos, violencia y hasta muerte, tal como lo acaba de demostrar el triste caso de Carolina, la adolescente de 14 años aparentemente asesinada a golpes por un hombre en cuya casa vivía y trabajaba, con el increíble, retrógrado y machista argumento de que “la encontró besándose con un albañil”.

Sin embargo, en Paraguay el criadazgo es una figura tradicional basada en la desigualdad social, en la injusticia y en la explotación: muchas personas aún llevan a niñas y niños pobres o desprotegidos a sus casas para obligarlos a realizar tareas domésticas, supuestamente a cambio de alimentación, salud y estudios. Es decir, para recibir lo que es derecho de toda persona niña (lo que les corresponde y no se les debe negar ni arrebatar), pagándolo con trabajo forzado, en una situación análoga a la esclavitud. Sabido es que ni siquiera en todos los casos reciben los supuestos beneficios comprometidos. Además, son víctimas de serias discriminaciones, pues nunca reciben el mismo trato ni los mismos cuidados que los demás niños y niñas de los hogares donde viven.

La crianza y el cuidado son compromisos nobles. El criadazgo los desvirtúa, dado que se sustenta en una relación de abuso: aprovechando las necesidades básicas ajenas, hay quienes “solucionan” sus propias necesidades en cuanto a trabajo doméstico. Quien desee criar o cuidar puede hacerlo, pero garantizando todos los derechos a niñas y niños: nunca para ocultar una relación de explotación. Así que no es cierto eso de que “gracias al criadazgo muchas personas salieron adelante”. Más bien sería pese al criadazgo: a pesar de haber padecido una práctica injusta pero tradicionalmente admitida, que el Paraguay aún no ha sabido, podido o querido erradicar.

 

No al criadazgo