• 20 Ago 2021

Suele ser común decirle “no seas talibán” a alguien que tiene una posición cerrada y fundamentalista sobre determinados temas.

En estos días la noticia de la toma del poder de Afganistán por grupos talibanes recorre el mundo; un informe de UNICEF de hace unos años decía que éste era “el peor lugar del mundo para nacer”, por los altos niveles de pobreza, miseria, violencia, abusos sexuales y matrimonios forzados de niñas, mortalidad de mujeres por maternidad, mortalidad infantil y muchas otras tragedias cotidianas que atentan contra los derechos humanos de la población, en general, y de mujeres y niñas en particular.

Ni me animo a opinar siquiera de la cuestión política de un mundo que no conozco y menos del islamismo, pero traigo a colación el tema para abordar la cuestión patriarcal, el sistema de dominación masculina y sometimiento de niñas y mujeres al poder de los varones, que son los patriarcas, los jefes, los que mandan en el ámbito familiar, en la sociedad y en el Estado; eso es un sistema patriarcal. Ser talibán es una exacta descripción del ser patriarcal.

Los diarios del mundo informan sobre el terror que ha caído sobre mujeres y niñas en Afganistán, y por el peligro inminente de la pérdida de derechos y algunas libertades que fueron conquistando las mujeres: poder estudiar, trabajar, participar en el ámbito público, tener cierta independencia y autonomía económica, tener derecho a elegir cómo vestirse, maquillarse, etc.

¿Por qué el miedo? Porque por poner un ejemplo en su transcurso histórico, los cinco años que estuvieron grupos talibanes en el poder político (1996 – 2001) hubo importantes retrocesos en el ejercicio de sus derechos; niñas y mujeres fueron sometidas a situaciones de opresión, humillaciones y violencia por ser mujeres, desigualdad de género de dimensiones intolerables en este siglo XXI; para los talibanes las mujeres son seres inferiores que solo existen en tanto y en cuanto hermanas, hijas, esposas, que están a total servicio de los varones, servicios domésticos, de cuidados y sexuales. El “che serviha” como se dice en idioma guaraní.

Pero ¿por qué hablar de ellos si estamos a miles de kilómetros, tienen otras culturas, otras historias, otras prácticas políticas? Porque esta idea de sometimiento, desvalorización e inferioridad de las mujeres siempre estuvo presente en la base de la mayoría de las religiones, no solo del islamismo.

¿Acaso la Iglesia Católica –y muchas otras iglesias también–no mantiene muchas de estas prácticas de sometimiento e inferioridad hacia las mujeres? No admiten curas ni sacerdotes mujeres, las monjas son “hijas de Cristo” y dentro de estas instituciones religiosas existen diversos grupos conservadores que afirman que las mujeres tienen solo un rol principal que cumplir: ser madres, hijas y esposas, no tienen derecho al placer de su sexualidad, y además tienen que mantenerse castas y puras para un solo hombre.  No quieren que niñas, niños y adolescentes accedan a una educación integral de la sexualidad en los ámbitos escolares, no admiten la diversidad de las expresiones sexuales y la pluralidad de las personas, y piensan que las familias son tales solo si existe “papá y mamá”; si no es así, las personas que no tienen “una familia bien constituida” son de calidad inferior, y no admiten ninguno de los diversos modos de conformación familiar que existen.

Claro que todas las personas tenemos todo el derecho del mundo a profesar las creencias de nuestra elección. ¿Cómo podemos afirmar que tal o cual forma de vida es la mejor, que tal religión es la verdadera, o que el no creer en ningún Dios es la verdad? No hay filosofía que dé respuestas certeras. Pensar en la vida interior, reflexiva, del alma, del espíritu desde la perspectiva que una quiera, es un derecho vital de todas las personas.

Cada quien tiene la elección de asumir cómo vivir, cómo pensar, en qué creer, a qué aferrarse. Sin embargo, los derechos de las personas deben estar por encima de toda creencia o religión; por eso es indispensable la vigencia plena de un Estado laico, es decir, un Estado que garantiza estos derechos desde las perspectivas de igualdad, étnica e interculturalidad, intergeneracionalidad, diversidad sexual, etc. Es eso lo que reclamamos quienes luchamos por una sociedad igualitaria y justa: que todas las personas podamos acceder a todos los derechos y nuestra consigna es: todos los derechos para todas las personas sin ningún tipo de discriminación, tal como establece la Constitución de la República del Paraguay.