• 26 Oct 2013

Es muy habitual que la dominación se fundamente en una suerte de inferiorización de las personas y colectivos dominados. Se trata de un mecanismo básico de la discriminación. Así, podemos ver diferentes ejemplos paraguayos: hablar sólo guaraní o hablar castellano con marcado acento guaraní pasa a ser visto como ñe’ẽ tavy (habla de tontos) y no como una legítima y equivalente diferencia idiomática, ser campesina o campesino se considera casi un sinónimo de pobreza necesaria e irreparable, se usa a la negritud como seña para un designio irremediable de esclavitud (habrá oído decir eso de “trabajar como negro”) y al ser indígena se le adosan supuestas características de carácter ineludible (de ahí eso de “ser ava” –indio/india– como metáfora de la “argelería” o de la persona antipática o de trato difícil).

Justicia!!El mecanismo discriminador es efectivo en tanto oculta y silencia la dominación, naturalizando la disparidad de poder y de recursos que le sirve de sustento. El problema, entonces, ya no es la diglosia sino el hablar guaraní, al que se considera idioma inferior y sin recursos suficientes para expresarse en igualdad de condiciones en comparación con el español. La cuestión deja de ser la expulsión campesina que empobrece a miles, y se termina hasta criminalizando a quienes resisten el fenómeno. Se olvida a la esclavitud como origen de tanta desgracia humana y no se lucha en contra de ella, sino que se rechaza a la negritud y se aspira a una suerte de “blanqueamiento” diferenciador y liberador. Las personas indígenas son vistas como seres incivilizados y no como integrantes de los últimos reductos de resistencia ante el avance colonizador que, pese a los alardes de soberanía, sigue impregnando la historia política, social y cultural paraguaya. La gente mestiza se mira al espejo y no se ve indígena –aunque parezca indígena, así hable guaraní como lengua materna–, se ve como descendiente de españoles o de algún otro contingente bajado de los barcos.

Y con las mujeres… qué pasa con las mujeres. Una inmensa batería de dispositivos inferiorizadores se ciernen sobre el ser mujer en Paraguay, presionando con fuerza para que nadie se salga tan fácilmente de los casilleros de la discriminación. Ni hace falta esforzarse para recordar que aún algunos hombres siguen llamando che serviha (la que me sirve) a sus compañeras, o que al niño que llora se le dice “no seas kuña’i” (no seas mujercita). Podríamos seguir con los numerosos ñe’ẽnga o dichos que ilustran el caso. Pero me quiero referir a una cuestión en específico: al uso de la sexualidad femenina como elemento para la inferiorización de las mujeres.

El tema es así: en la interpretación patriarcal de la sexualidad humana, “meter” es sinónimo de poder y “que te metan” es sinónimo de inferioridad. De las características anatómicas y del uso que se haga de los dispositivos corporales sexuales y del placer sexual, deriva entonces una especie de predestinación insalvable hacia el lugar de quien es y será objeto de dominio, por supuesta naturaleza corporal (femenina) o por orientación u opción que admita alguna semejanza con lo inferiorizado: con las mujeres. Un hombre patriarcal no debe asemejarse a las mujeres: menos en lo sexual. Menos, porque en ese aspecto íntimo de la vida y de las sensaciones la gente frecuentemente pierde sus defensas y queda expuesta en los pliegues menos visibles desde la mascarada social. Edificios enteros de apariencias suelen derrumbarse tras las paredes de las alcobas y en los recovecos húmedos de la actividad sexual.

El heteropatriarcado cuida que al hombre “no se le meta” nada y que las mujeres puedan “ser metidas” bajo condiciones que expresen el poder del macho de la especie portador de estos mandatos culturales. Por eso, Cartes considera que “sacar la novia” es un acto que debería molestar al periodista que le cuestiona el nombramiento del nietito stronista ante Naciones Unidas, como embajador. Por eso dice que “se pegaría un tiro en las bolas” si su propio hijo resultara ser homosexual. Por eso se regodea ante la idea de una mujer linda que le pueda resultar fácil, para inmediatamente después exponer que en realidad no le gustan las mujeres fáciles. Posiblemente haya sido un rápido paso desde la imagen mental de “fácil para mí” a la de “tampoco fácil para todos”. Porque con todo esto explica su sistema de ideas heteropatriarcales y se posiciona como un exponente digno de sostener con poder simbólico el poder real presidencial que una sociedad machista y patriarcal le ha otorgado. Por eso habla con ese dejo canchero y sobrador –tan conocido para quienes somos de estos lares– cuando dice sus gauchadas de mal gusto.

En una sociedad con dominación patriarcal, machista y heterosexual, las mujeres no tienen vía de escape porque su corporalidad las condena a una sinonimia con la dominación, del lado de quienes la sufren. El cuerpo y la sexualidad están en la base del juego de poderes. Las mujeres, seres cautivos, destinadas por un cuerpo que habla por boca de los dominantes. Si los cuerpos femeninos hablaran por sí mismos, dirían otras cosas: hablarían del placer de obtener, de recibir y de apropiarse “dentro de” como algo positivo y poderoso, no como lo negativo en que insiste la mirada heteropatriarcal. Y por eso en este sistema la violación de las mujeres es un grito desesperado de poder, que destruye lo que se considera debería ser dominado.

Las lesbianas, que podrían de alguna manera escapar de la lógica implícita en la sexualidad hetero, son vistas como seres carentes de una experiencia que les haga aceptar el lugar que se les tenía reservado. Y los hombres homosexuales son despreciados por haberse pasado para el lado de las dominadas. Y si no se cabe en las categorías comprensibles, peor: el ímpetu clasificador y normalizador hará algo para impedir tamaña afrenta. La actividad sexual, entonces, se convierte en un campo de juego y de poderes donde se expresan las construcciones y mandatos culturales sobre lo que dice el cuerpo y lo que indica el deseo.

Es por todo esto que ante las palabras heteropatriarcales de Horacio Cartes: “Paraguay tiene que ser esa mujer linda, tiene que ser un país fácil”, ofreciendo al país para la venta o la apropiación, ofertándolo al mejor postor, es importante tanto como señalar su carácter ofensivo hacia las mujeres y hacia el país entero, desnudar las bases ideológicas sobre las que descansa el fraseo. Es ofensivo que Horacio crea que tiene derecho de uso y oferta de un país entero, con todas sus riquezas, y es ofensivo que –según su comparación– crea que también puede apropiarse de las mujeres y usarlas. Pero no se trata de que no nos traten como putas o de que no comparen al país con las putas, sino sobre todo que expone sin sombra de cuestionamiento al aparato de dominación que permite dividir a las mujeres en putas o santas, en fáciles o difíciles, en fáciles para unos y difíciles para otros, y a las personas en seres dominados según códigos sexo-corporales o en seres que dominan por simbolismo y uso de sus cuerpos sexuados.

Sin embargo, hasta en las críticas y en los chistes circulados en torno a los dichos presidenciales puede verse la repetición del patrón de dominación subyacente. A la gente le preocupa eso de que se les meta algo con facilidad, a los hombres porque les rompe el código dominante que se les ha reservado; a las mujeres, porque las ubica en un lugar ambivalente de ser objetos de deseo y estigmatización ante la mirada masculina y social, y porque si lo hacen desde la elección esto les da un poder inadmisible ante una sociedad que las aplastaría por apropiarse del placer y del deseo.

El problema no es ser fácil o ser difícil, sino la posición de dominio incuestionado que denota quien tiene la palabra para expresar y ubicar en estas categorías a cuerpos y países que considera pueden ser apropiados e intercambiados. Personas y países libres no son fáciles ni son difíciles: sería un imposible. Simplemente, tienen la autonomía para elegir sus destinos y ponerse en marcha.


  • 24 Oct 2012

La noticia golpea y mal, como mucho de lo que sucede en el Paraguay de estos tiempos. Una joven de 18 años decapita a su bebé recién nacido. Una noticia que se agrega al tendal de sucesos con que algunos medios de comunicación se regodean para alimentar el morbo colectivo. Padre que mata a su bebé y luego intenta suicidarse, mujeres muertas en manos de sus exparejas, violador serial en Hernandarias. Pero no me referiré a todo lo que cabría decir sobre estos hechos de gravísima violencia, sino a las respuestas igualmente gravísimas y violentas que una parte de la población parece tener ante este tipo de casos.

Golpea, tanto como las propias noticias, ver cómo los espacios habilitados para los comentarios de lectoras/es se llenan de tanto odio, tanta virulencia, tanta venganza y tanta insania. Y hablamos de personas que aparentemente tienen acceso a los más altos y privilegiados beneficios de la vida social, como hoy podemos decir que son la educación y el trabajo digno en un país tan desigual como el nuestro. Sucede que el Facebook, que es la herramienta usada por algunos periódicos digitales para permitir a sus lectores opinar, coloca algunos datos de quien opina al lado del comentario, y así podemos vislumbrar algo más que el nombre y la opinión.

Vemos, por ejemplo, que entre la buena cantidad de personas que claman por la pena de muerte hay un señor que ostenta el cargo de “gerente administrativo y financiero” en una empresa de informática. Otra mujer, que trabaja en la ANDE, opina que “merece ser decapitada ella”. Hasta una chica que estudia en el extranjero, en una renombrada universidad de Buenos Aires, pide también que decapiten a la joven del suceso. La pena de muerte riñe con principios básicos de derechos humanos, aun cuando sea una práctica persistente y aceptada en muchos países. Pero quizás sea un esfuerzo vano intentar explicárselo a quienes opinan que las personas que cometieron crímenes no merecen gozar de derechos humanos.  Esto es la negación misma de la idea de que todo ser humano, por el simple hecho de serlo, tiene derechos básicos e inalienables.

Hay también gente que pide tortura, con todas las letras. Un muchacho que indica estudiar en un colegio religioso, por ejemplo, pide “que se le arranque el útero sin anestesia”, mientras que otra persona que trabaja en la Cámara de Diputados pide “que se le corten las manos”. Y hasta hay cosas peores, que prefiero no reproducir. Lo claro es que los comentarios hacen gala de una crueldad inconmensurable.

Después están los que juzgan a la mujer no por el crimen cometido sino por lo que en sus enfermizas mentes consideran que es una falta moral. Así, un hombre que está o pasó por la Facultad de Ingeniería clama: “A ver salgan pues malditas feministas a defender a esta puta”, entre otras expresiones agresivas que no vale la pena transcribir. Otro, de la Universidad Católica, expone: “Pensó que matando una criatura inocente taparía lo puta que es… puerca asquerosa… con razón que le usaron y tiraron”. Gente así es la que después anda diciendo que defiende la vida, mientras cree que a algunas mujeres hay que “usarlas y tirarlas”.

Para completar, están quienes con aparente mayor benevolencia piden que se mande a la mujer a la cárcel o al manicomio. “Allí sabrá lo que es bueno”, dice una joven que evidentemente considera que estos espacios de reclusión deben ser lugares de tortura. Posiblemente piense así porque esa es la realidad… pero no se debería defender una realidad tan fea. Y también están quienes la quieren enviar al psiquiatra. Pero no para que tenga asistencia si la requiere, o para que eventualmente recupere el equilibrio extraviado, sino como una forma no tan sutil de castigo. Son expresiones de la potente estigmatización que termina de hundir a las personas con alguna dolencia psicológica.

No sé si opiniones de este tipo son mayoritarias en la ciudadanía paraguaya, o simplemente se manifiestan libre y abrumadoramente ante hechos que les dan motivación y aparente sustento. Lo cierto es que van dejando una estela opresiva en las redes sociales y espacios de opinión pública. Quizás hasta se vean alentadas por un medio bastante mentiroso donde, además de dar la noticia con pésima redacción, se publicó el nombre y la dirección completa de la joven del suceso, violando principios básicos de ética periodística.

Tal vez estas personas se consideren muy honorables al opinar de esta manera ante un caso del que no saben más antecedentes que lo expuesto en una noticia mediocre. Pero yo las leo y las veo como parte del mismo fenómeno social que produce criminales, ladrones, violadores, corruptos, torturadores y déspotas. Y de pronto también una madre asesina… Es una sociedad que permite una matanza para dar un golpe de Estado y encumbra en el poder político a quienes se aprovechan de tan trágico suceso. Es una sociedad que dentro de poco más de una semana permitirá que con grandes pompas regresen los huesos de un dictador asesino. Es una sociedad donde toca resistir a muchos golpes y es imperativo despertarse para cambiar las raíces de lo que nos aqueja.

Edvard Munch, "El grito"

Edvard Munch, “El grito”


  • 07 Jun 2012

Desempolvando archivos. Con las disculpas del caso, posteo un artículo que tiene más de tres años de antigüedad. Volvería sobre las mismas reflexiones si escribiera un nuevo texto, actualizando fechas y datos sobre los casos que se fueron sucediendo. Pero, más que un relato de los hechos, me interesa compartir el análisis. Así que va el replay.

El artículo fue difundido en su momento en el boletín electrónico La Micrófona, Nº 13, de abril de 2009, publicado por el Área Mujer del Centro de Documentación y Estudios (CDE).

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—– o —–

LECCIONES DE LA PATERNIDAD DE LUGO

A un año exacto de las elecciones generales que llevaron a Fernando Lugo a la presidencia del Paraguay, y a poco más de ocho meses de iniciado su mandato, la sonada y recientemente asumida paternidad del mandatario sacude el ya de por sí complicado panorama del gobierno.  Sin tregua ni respiro, hoy mismo estalla una denuncia más, por vía de los medios: una mujer joven y pobre afirma que uno de sus hijos también ha sido engendrado por Lugo. El rápido devenir de los acontecimientos de seguro pronto develará cuál es la realidad con respecto a este nuevo caso… y hasta quizás sigan apareciendo más.

Aunque ya mucho se ha dicho en los medios nacionales e internacionales sobre el tema, y aunque el impacto aún esté por verse, es interesante por demás analizar algunas aristas relacionadas con la paternidad presidencial, que parece reunir en sí muchos elementos paradigmáticos en lo referente a la pervivencia de la cultura patriarcal y quizás algunos indicios de posibles rupturas.

 

La paternidad patriarcal amenazada

En el Paraguay nada hay más común que la paternidad negada, irresponsable y sin consecuencias para el hombre. Posiblemente hay múltiples marcas de nuestra historia como pueblo que abonan esta lamentable práctica masculina que deja a las mujeres como únicas responsables de las niñas y los niños que gestan y traen al mundo (por ejemplo, el mestizaje abusivo de los españoles de la conquista o el cuasi exterminio de los hombres con la guerra contra la Triple Alianza). Sin ánimos de profundizar en estas posibles razones, lo cierto es que en el Paraguay es muy frecuente que los hombres no sólo no se ocupen de su descendencia, sino que además –contradictoriamente– la consideren como un trofeo de guerra al que ni siquiera tendrán que ocuparse de sacar brillo. Ya muchos políticos y hasta mandatarios locales han hecho alarde de este pensamiento y esta práctica, y no pocos jerarcas de la aún dominante iglesia católica. Ni vale la pena buscar ejemplos: al menos en Paraguay son de sobra conocidos. Hace no tanto tiempo un cura decía en guaraní con respecto a su paternidad negada, a modo de excusa: “Oikóntema voi âga” (esto sucede nomás), resumiendo en una sola frase el sentir tradicional (ojalá que no mayoritario) con respecto este asunto.

Así que la paternidad de Lugo, ventilada en una denuncia aparentemente inesperada y asumida por la presión del escándalo, se inscribe en la más consolidada tradición patriarcal paraguaya. Lo interesante aquí es que nos deja una pequeña gran lección: hoy las mujeres tienen herramientas para impedir que así siga siendo, así se trate del presidente de la República y de un hombre que ostentaba un alto cargo en la jerarquía eclesial católica. Es una lección dada por la madre del niño ya reconocido, más allá de los insondables vericuetos que pudieran haber rodeado a la denuncia que llegó a un juzgado de la ciudad de Encarnación. No es seguramente el primer caso, ni será el último, pero las circunstancias que lo rodean lo hacen particularmente ejemplar. Si esta lección es aprendida por las mujeres, en el Paraguay tendremos un importante paso hacia el ejercicio de los derechos. Si los hombres también la aprenden, mucho mejor.

Los mecanismos de protección de derechos para la infancia y para las mujeres se fueron generando tras años de lucha de muchas organizaciones que trabajan estos temas. Pero las herramientas no siempre son conocidas y, aun cuando se conozcan, no siempre son utilizadas debido a múltiples trabas, en particular la pobreza y la desprotección jurídica. En Paraguay hasta ahora ha sido frecuente que por vía de artimañas y de encubrimientos, los poderosos se las arreglaran para negar derechos a las personas más desprotegidas. Sólo se puede cambiar esta situación por vía de un cambio de mentalidades, para lo cual es fundamental la existencia y –sobre todo– el uso de mecanismos que eviten la reproducción impune de la irresponsabilidad paterna.

El ADN al servicio de la ruptura

Hasta hace no mucho demostrar la paternidad negada era casi una utopía para las mujeres y para sus hijos e hijas. Hoy no es así gracias a la ciencia. No es la primera vez que la ciencia se pone al servicio de los derechos de las mujeres: ya la píldora anticonceptiva se mostró en los años sesenta como el mejor sustento de la posibilidad femenina de disfrutar del sexo sin el fantasma de embarazos inesperados, y quizás hasta haya sido más útil que muchos atractivos discursos sobre la libertad sexual y el derecho a gozar del propio cuerpo. Ahora, los avances genéticos se muestran del lado del derecho de las mujeres a que los hombres compartan la responsabilidad procreativa, así como del derecho de hijas e hijos a conocer su identidad y a que los progenitores se hagan responsables de su crianza.

Nunca vamos a saber qué habría hecho Lugo si la prueba del ADN no hubiese revoloteado como certera forma de revelar su parte en la procreación del niño que hoy ha asumido públicamente como hijo. Lo claro es que había tenido ya tiempo y condiciones para asumir su paternidad sin tanto escándalo previo: ya le dieron las dispensas vaticanas, ya ganó las elecciones, ya estaba a un año de asumir su mandato como gobernante… o ¿quizás soñaba con esperar a estar fuera de estas responsabilidades, a cuando ya acabara su periodo de gobierno? Lo cierto es que la privación del reconocimiento paterno a un niño no tiene razones válidas y sólo responde a una doble moral arcaica y dañina.

Pero el mensaje ha sido claro: frente a la paternidad no queda otra que asumir.  Quizás cuando este mensaje esté lo suficientemente interiorizado, tendremos como fenómeno frecuente a hombres preocupados ellos mismos de la anticoncepción y de la concepción responsable. Hasta ahora, lo más común es que sean las mujeres las únicas preocupadas de estos temas, mientras los hombres siguen actuando como si su propio placer sexual no pudiera tener consecuencias reproductivas. Es la impunidad (tan común en la vida pública) repetida al infinito hasta en los actos más íntimos del individuo, hasta en la vida sexual. Pero esta impunidad puede ir cambiando y el caso que afecta al presidente podría hasta ser una oportunidad para que como sociedad nos apropiemos de nuevas formas de actuar, más coherentes con la igualdad y con los derechos.

 

La irresponsabilidad paterna en la picota

Otro asunto interesante que nos deja el caso “paternidad de Lugo” es que no se han escuchado voces de abierta defensa hacia la práctica de la irresponsabilidad procreativa de los hombres. Posiblemente aún mucha gente ni siquiera lo tenga muy masticado, pero es obvio que nadie puede salir a defender tan alegremente el desentendimiento masculino sobre su propia descendencia. Parece ser que ya está suficientemente instalado en Paraguay, al menos como discurso, que los hombres tienen que hacerse cargo de sus hijos e hijas, tal como las mujeres lo han hecho tradicionalmente (aunque aún no se dé igual contenido a esta responsabilidad).

Sin dudas la posición política ha pesado sobre gran parte de los discursos, tanto de los que se alzan para intentar mostrar a la paternidad de Lugo como un ejemplo tajante del fracaso del proceso de cambio de signo político en el gobierno, como de quienes han ensalzado el reconocimiento paterno final. En mi opinión, no estamos ante un hecho del que necesariamente derive el fracaso del gobierno, en particular si el suceso deja lugar a lo que siempre debió ser: un padre responsable de su hijo, más allá de las circunstancias difíciles que pudieran haber rodeado a su concepción y nacimiento. Pero tampoco hay motivos para que Lugo despierte el orgullo de nadie, dada la patente situación de fuerza que derivó en la pública asunción de paternidad del ex obispo presidente. Estamos ante un caso del que podemos aprender mucho, pero no por lo ejemplar de la actuación del protagonista central.

 

La paternidad ¿un asunto privado?

Un lema feminista que se ha instalado ya en la historia de nuestras luchas es el de “lo personal es político”. La frase remite a varios núcleos centrales de la reflexión feminista:

 

  • en el ámbito privado se juegan las bases del poder social;
  • cuestiones que se han considerado siempre como parte de la vida privada de las personas tienen impacto en lo público;
  • el poder público siempre ha tenido potestades regulatorias sobre el mundo privado;
  • cuestiones que han quedado ocultas bajo el velo de “lo privado” son de interés público.

 

El caso Lugo da para hacer un debate respecto a todo esto. Hemos escuchado numerosas voces que claman “esto pertenece a la vida privada del presidente”. Pues bien, no es así, o al menos desde el feminismo vamos luchando desde hace años para que no siga siendo. La irresponsabilidad paterna con respecto a la descendencia obliga a las mujeres a hacerse cargo de una mayor inversión en la reproducción de la especie humana. Para muchas, esto implica renunciamientos, dependencia económica y penurias. La estereotipada ideologización de la maternidad como destino irrenunciable y como abnegación suele ser la base más sólida de esta situación, que tiene como contrapartida a la paternidad como casualidad y desentendimiento, como premio sin responsabilidad. El sostenimiento de este estado tradicional de las cosas no es un asunto meramente privado. Las feministas hemos sostenido durante mucho tiempo una lucha orientada a que estas cuestiones formen parte del debate público, y se traduzcan además en políticas que impulsen un cambio, orientado hacia la plena corresponsabilidad de mujeres y hombres sobre la procreación y la crianza. Para que esto suceda, hemos pensado en instrumentos (que en Paraguay ya existen) de obligatoriedad para los hombres, que son los que siempre han zafado del compromiso que implica la paternidad biológica y la crianza social de niñas y niños.

Tenemos además toda la lucha por el derecho de niñas y niños a la identidad. Hemos ido pasando de la idea del reconocimiento de hijos e hijas como concesión graciosa, a su concepción como un derecho de la niñez. Ello significa que la asunción de responsabilidades paternas y maternas no es una opción que tienen las personas, sino un pleno derecho de quienes a través del reconocimiento se hacen acreedores de obligaciones sociales y económicas relacionadas con la crianza. Al ser un derecho, esto no puede ser negado. La negación implica una violación de normas muy claras al respecto, situación ante la que el Estado deberá responder con penas que o disuadan o castiguen.

Así que la paternidad de Lugo, más allá de sus detalles íntimos, es un asunto público; no sólo por quién es el protagonista, sino por el contenido que rodea al caso.

 

Contradicciones eclesiales

El presidente Lugo ha sido por años parte de la alta jerarquía de la Iglesia Católica. La misma que oficialmente prohíbe el sexo extramatrimonial, los métodos anticonceptivos “no naturales”, el uso del condón, el aborto bajo toda circunstancia, e impone la castidad a sus consagrados/as. La libertad de culto permite que cada agrupación religiosa pregone lo que considere válido, siempre y cuando sea coherente con los derechos humanos y con las leyes, y –en un estado laico como el nuestro– si todas y todos tenemos igualmente el derecho de pensar y actuar de acuerdo con nuestras propias creencias. Sin embargo, el catolicismo institucional se esfuerza en seguir imponiendo sus creencias al conjunto de la población. De aquí la enconada lucha que desde los centros del poder eclesial se libra en contra de la definición de los derechos sexuales y reproductivos como derechos humanos. En Paraguay, lo estamos viendo todo el tiempo: cualquier ley o política que hable de estos derechos enfrenta una guerra denodada contra su aprobación. Así que en esa batalla de definiciones y de sentidos andamos con el catolicismo.

El affaire Lugo deja mal parada a una religión que ya trae malos antecedentes de numerosas denuncias de abuso sexual e irrespeto a sus estrictas normas sexuales. Es un golpe que ha impulsado incluso a que los jerarcas católicos del Paraguay pidan perdón por los pecados. ¿Pero basta con un perdón colectivo en este caso? ¿No sería mejor que se revieran los mandatos imposibles e irrazonables relacionados con la sexualidad humana, esa fuerza tan poderosa que casi ninguna institución y norma puede contener sin fisuras?

Al final, Lugo, con sus circunstancias, es víctima de preceptos tan irracionales que sólo dejan como vía de escape a las mentiras y a la doble moral. Ha encontrado que es mejor omitir y ocultar que asumir las consecuencias reproductivas de la sexualidad. Y lo hace en una sociedad que a veces parece más preparada para seguir en la ignorancia a estas violaciones que para hacer cambios decisivos en su pensamiento y en sus normas.

El propio presidente ha sido, a la vez, un representante y un jefe de la institución cuya propia normativa no ha podido cumplir, y hasta probablemente su halo de hombre de iglesia le ayudó a llegar a su puesto actual. Resulta humanamente comprensible que un hombre no pueda cumplir con eso de la castidad; pero, es tremendamente hipócrita que la sociedad entera siga sufriendo mandatos de tinte moral que los propios representantes de la institución que los pregona no pueden cumplir. Aquí hace falta un mea culpa, no por los “pecados” de una persona o de varias, sino por el error de sostener por tanto tiempo preceptos tan inhumanos.

 

El poder tras la mitra

La tradición patriarcal también admite y glorifica las relaciones sentimentales y sexuales ente hombres con mayor poder comparativo con respecto a las mujeres. No en balde el “buen partido” para una mujer es un hombre más rico, más sabio, más alto y más viejo[1]. Y las trasgresiones a esta norma suelen ser caras para sus protagonistas. Pues bien, el caso Lugo no sólo parece tratarse de un ejemplo paradigmático de cómo opera el imaginario normativo, sino que además podría estarnos mostrando las formas más oscuras de su realidad: el poder de los hombres al servicio de su sexualidad, incluso hasta límites que bien podrían ser abusivos.

Por el momento no sabemos si es cierto el contenido de la supuesta denuncia de la madre del hijo reconocido por el presidente, en referencia a que la relación se inició cuando ella tenía unos 16 años. Si lo fuera, estamos ante un caso en que todo el poderío de la posición, de la edad y de toda la situación pudo haber sido usado a efectos de la seducción.

La sexualidad es una capacidad humana de la que toda persona debería disponer y gozar de manera plena. El caso Lugo nos coloca sin embargo frente a la crudeza de una realidad que suele pasar desapercibida por muy sabida y por considerarse como parte de “la normalidad”. La sexualidad masculina suele expresarse como ejercicio de poder y dominación sobre las mujeres, mientras la sexualidad femenina está limitada por el poder abusivo que frecuentemente se ejerce sobre ella. El patriarcado católico no sólo no ha estado fuera de esto, sino que además lo consolida a través de sus propias creencias y actuaciones.

 

Doble moral penal

Ya hay quienes han mencionado que podríamos estar ante un caso de estupro, que el Código Penal define como la conducta del “hombre que por medio de la persuasión lograra realizar el coito extramarital con una mujerde catorce a dieciséis años”. Nótese que la figura permitiría sin penalización alguna la misma conducta de una mujer mayor con un hombre menor de las edades señaladas. Es decir, estamos ante una rémora de la doble moral sexual que no sólo ha pervivido desde hace largo tiempo en nuestro Código Penal, sino que además sobrevive con el agregado burlesco de que la pena establecida para el hombre responsable de la “conducta reprochable” es de una irrisoria multa.

Obviamente estas definiciones penales no hacen más que abonar el de por sí fértil terreno de las discriminaciones de género. Lo peor de todo es que en el Paraguay dentro de poco entrarán en vigencia modificaciones recientes (aprobadas apenas en 2008) al Código Penal, donde pese a las sugerencias hechas desde organizaciones de mujeres, lo relacionado con el estupro quedó tal cual. Era una oportunidad para eliminar la irritante diferencia hecha entre la sexualidad de hombres y mujeres, así como para establecer de manera más clara y contundente el reproche social hacia el abuso sexual en contra de personas menores de edad.

Así las cosas, no queda otra que reconocer como mínimo el cinismo de ciertos legisladores, que se llenan hoy la boca al reprochar la conducta presidencial y que sólo respondieron con el silencio cuando esta risible norma penal del estupro era nada menos que definida.

 

En fin…

Hubiese sido mejor tener otros temas de análisis a un año del 20 de abril, y sobre todo una tónica más festiva. Pero los hechos obligan. Las lecciones de la paternidad de Lugo podrían ayudarnos como sociedad a:

–  Colocar en el centro de lo político y de la gestión pública los derechos de niñas y niños y el derecho a la igualdad para las mujeres.

–   Conocer y usar leyes y mecanismos que garantizan el derecho a la identidad de niñas y niños, así como el derecho a que padres y madres se hagan responsables de la crianza.

–  Apoyar la erradicación de la paternidad irresponsable.

–  Desnaturalizar la doble moral sexual, así como a las instituciones que la producen e institucionalizan.

–  Reorientar el manejo de la sexualidad hacia un lugar de igualdad y de no discriminación para las mujeres.

–  Reconocer las discriminaciones que persisten en el tratamiento penal de temas referentes a la sexualidad, y trabajar para modificarlas.

 

Esto da para que aprendamos de la experiencia.


[1] Ideas provenientes de largas charlas con Line Bareiro.


  • 19 Ago 2011

1. Los derechos tienen cuerpos

Los derechos humanos sólo pueden ser entendidos si se los aplica en seres con un cuerpo. Los derechos tienen cuerpos: siempre hay algún cuerpo que los ejerce. Los derechos precisan de cuerpos humanos.

La idea es que basta ser alguien humano, un ser con corporalidad humana, para tener titularidad, reconocimiento y ejercicio pleno de un conjunto de derechos que nos pertenecen a todas las personas, sin excepciones. Así, los derechos humanos se concretizan en cuerpos, en personas con cuerpos, que son quienes deben usarlos y disfrutarlos.

Sin embargo, esta comprensión de los derechos humanos no es aún la predominante en nuestra sociedad, donde más bien frecuentemente se entiende y actúa de otra manera: todavía prevalece la idea de que hay derechos que son sólo para determinados cuerpos, aquellos que se ajustan a una comprensión binaria y cerrada del sexo, de la sexualidad, del género y de la identidad sexual y genérica de las personas.

Porque los cuerpos no son anónimos y homogéneos: los cuerpos humanos son sexuados (y esta sexuación humana es compleja y diversa, frecuentemente desmarcada del dimorfismo sexual predominante). Y el sexo no sólo es biológico, pues existe un enorme edificio de asignaciones culturales que lo configuran y que le dan sentido en un marco social. Y, además, los cuerpos sexuados tienden a desarrollar identidades, según diversos aspectos que caracterizan nuestra convivencia en colectivos humanos; entre ellas, la identidad de género, referida a cómo la sociedad comprende y significa el sexo (la naturaleza sexuada de los seres humanos).

Sobre la base de estas diferencias, que son de todas las personas, se han construido numerosas exclusiones.

 

2. Los derechos necesitan una voz propia

La idea de los derechos humanos y su vocación de universalidad, precisan que se hable de los cuerpos, de las sexualidades y de las identidades: que se los reconozca y asuma en toda su diversidad, como parte constitutiva y enriquecedora de la naturaleza humana. Sin embargo, la sociedad paraguaya se ha acostumbrado a aceptar sólo parte de las expresiones corporales, sexuales e identitarias como válidas, como aptas para gozar de todos los derechos.

Para romper con esta exclusión, es necesario tener voz propia: no sólo ser, sino además aparecer y hablar desde lo que se es, reclamando, proponiendo y ejerciendo derechos. Ser y hablar desde cada quien, con voz propia y sin intermediarios, es un imperativo para la ampliación y el ejercicio de derechos.

En mi opinión, éste es el sentido fundamental y pionero de la presentación que hoy se hace del material elaborado por Panambi, la Asociación de Travestis, Transexuales y Transgéneros del Paraguay. Esta Guía dirigida a las personas trans para la exigibilidad del derecho a la salud y el respeto de nuestra expresión e identidad de género tiene un carácter pionero: es la voz de un sector invisibilizado para los derechos (aunque muy visibilizado como blanco predilecto de la discriminación), excluido de los servicios y colocado en los márgenes de la sociedad. Hoy tenemos aquí a una organización social que toma la voz en nombre propio y, además, propone al Estado y a toda la sociedad una real ampliación de los derechos.

 

3. El Estado debe abrirse a los derechos

Los derechos humanos se trabajan de cara al Estado. Es esta organización, que nos pertenece a todas las personas que somos ciudadanas en un determinado territorio, la llamada a dar concreción real a los derechos. Cuando el Estado sólo reconoce a unas personas y no a otras, o sólo brinda servicios a determinada gente, está negando a los derechos humanos.

Por ello, hay también un gran avance para los derechos humanos en el sólo hecho de que estemos aquí en el local de un ministerio[1], junto con personas a las que hemos dado mandatos y responsabilidades públicas, compartiendo la presentación que hace Panambi de este material. Representa una apertura del Estado paraguayo a los derechos humanos, a la inclusión de quienes se han visto injustamente excluidos de la idea y de la aplicación práctica de estos derechos.

Si esta apertura y este tipo de prácticas se consolidan, y sobre todo si se traducen en políticas que arraiguen en el Estado paraguayo, si se concretan en normas y en servicios, podremos decir que dimos un gran paso al frente para una sociedad inclusiva y con respeto a los derechos humanos para todas las personas. Y ésta es la manera de construir una sociedad verdaderamente democrática.

 

Presentación de la Guía dirigida a las personas trans para la exigibilidad del derecho a la salud y el respeto de nuestra expresión e identidad de género, elaborada por Panambi. Asociación de Travestis, Transexuales y Transgéneros del Paraguay.

 

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[1] La presentación fue realizada en el local del Ministerio de Salud Pública y Bienestar Social del Paraguay, con presencia de la ministra Esperanza Martínez.


  • 12 Jul 2011

En las últimas semanas hemos podido visualizar cómo en el Paraguay está vigente la idea de la apropiación y dominación de las personas. En sus grados extremos, esta idea llega incluso a manifestarse en la terminación de la vida de quienes se convierten en víctimas de esta forma de pensamiento autoritario.

Dos hechos, aparentemente inconexos, muestran la magnitud de esta realidad. Un líder político, Lino Oviedo, manifestó que estaba dispuesto a ofrecer “mujeres, votos, autos, camionetas, travestis, etc.”, para ganar las próximas elecciones de 2013[1]. Esto parece que más bien pasó desapercibido ante la avalancha mediática generada por el asesinato de una mujer bajo la supuesta responsabilidad de su esposo, un conocido barrabrava y dirigente de un club de fútbol. Se trata de un caso que las declaraciones de personas allegadas vinculan con celos y malos tratos consuetudinarios, donde sin embargo se llegó a afirmar que la víctima era muy bien tratada porque disponía de tarjetas de crédito y débito, chequera, auto y acceso a las mejores peluquerías.

¿Qué tienen en común estos casos? Básicamente, que hay gente que cree poder disponer de otra y actúa en consecuencia. Por una parte, se cosifica a quienes se coloca bajo esta consideración, negándoles el derecho a la autodeterminación en un plano de libertad e igualdad. Así, mujeres y travestis son para Lino Oviedo seres a los que despoja de dignidad para tratarlos como objeto de intercambio político. Convertida la política en un negocio donde voluntades y votos pueden ser comprados, hay políticos dispuestos a comerciar incluso con los cuerpos y la autonomía de las personas para lograr sus objetivos. Mientras, por otro lado, alguien que considera puede apropiarse de una mujer, cree poder comprar su voluntad con bienes, la controla e impide su autonomía, y, quizás al darse cuenta de que aun así no tiene el dominio al que aspira, la mata en una demostración final de ejercicio de poder.

La violencia política, la violencia en el ámbito futbolero y la violencia de género tienen mucho en común. Están fundamentadas en un sistema de pensamiento caracterizado por la dominación y la negación de la igualdad de las personas, donde hay quienes se atribuyen poderes abusivos sobre quienes no consideran sus iguales. La valorización del macho prepotente, tan cara a los barrabravas, el caudillismo político mesiánico y autoritario, aún tan vigente en el Paraguay, y la alta incidencia de violencia doméstica y sexual ejercida por hombres en contra de las mujeres, son aspectos de un mismo panorama. No se podrá erradicar la violencia de género sin transformar también estas otras manifestaciones de la cultura patriarcal.

 


[1] Última Hora, 10 de julio de 2011. Disponible en: http://www.ultimahora.com/notas/445082-Oviedo–ofrece-m-s-plata–mujeres-y–hasta-travestis


  • 10 Mar 2011

Dos cartas escritas a amigas y amigos que no estaban en Paraguay, durante los terribles días del marzo paraguayo.

* * *

Asunción, 29 de marzo de 1999

Ayer de mañana me dediqué a escribirles una carta para que sepan lo que se vivió en las calles. Por la tarde vine al CDE con la intención de enviarles el reporte (aunque la “corresponsal de guerra” Myrian les mantuvo súper al tanto de todo) y para fabricar pancartas y carteles que llevaríamos para las manifestaciones, ya que se esperaba que esta mañana fuera lo más duro porque se decidiría el juicio político. Mientras hacíamos el trabajo con Line y Myrian, escuchábamos las noticias por radio. Todo era muy tenso, ya que eran encontrados francotiradores en edificios aledaños, gente que portaba armas intentaba entrar al predio donde se encontraban quienes apoyaban la democracia, había noticias de que se venía la turba oviedista preparada para todo, y además se decía que los militares estaban preparados para un eventual ataque. Algunos pedían que la gente despeje el lugar. En fin, la guerra de nervios que ya habíamos vivido antes.

 

A eso de las seis de la tarde comenzaron las primeras informaciones no oficiales sobre la renuncia de Cubas, pero había mucho nerviosismo porque no se sabía sobre la reacción de las FF AA ni sobre Oviedo. Hacia las seis y media salimos, dejando nuestros carteles para mejor ocasión, y nos unimos a la gente que ya había salido a las calles a festejar. Creo que nunca vi tanta gente festejando, tan contenta. Desde Palma ya era imposible hacer nada más que dejarse llevar por la muchedumbre y saltar al ritmo de “El que no salta Lino O”. Primero frente a la catedral, después frente al Congreso y finalmente frente al Palacio, festejamos locamente, con banderas paraguayas. Los bomberos nos “regaban” porque el calor era insoportable, era la única forma de aguantar, así que el rollo salió con la ropa mojada pero feliz.

 

En fin, fue una gran victoria ciudadana. Ganamos, pero queda el mal sabor de la estúpida batalla desatada por la locura del engendro ese y por las negociaciones políticas que permitieron llegar a este punto, que podría haberse evitado hace demasiado tiempo. Yo, que no pierdo tan fácilmente la memoria, no olvido que entre quienes son hoy “demócratas” están los sucios que votarían hasta al pato Donald para no perder el poder. Y el pato Donald les mató al líder, y nos mató a varios jóvenes antes de irse. No puedo estar tranquila festejando con ellos la victoria, sin que siquiera den muestras de arrepentirse de sus errores, sin sentirse aunque sea un poco culpables. El Partido Colorado, que siempre termina recomponiéndose, seguramente seguirá disfrutando por largo tiempo del poder, y no creo que pierda fácilmente sus vicios. Aunque ahora a los mejor les da un poco más de vergüenza, si se recuerda a los muertos que han causado.

 

Luis González Macchi ya juró anoche, hoy nombró como ministro del interior a Walter Bower (ex titular de la Cámara de Diputados, argañista y stronista), y se está discutiendo cómo se hará para el resto del periodo. Pinta que habrá elecciones con candidaturas de consenso entre la ANR y la oposición, para evitar de nuevo el internismo y el derroche electoral. Si con ello no se empieza con las transigencias que nos cuestan caras, todo está bien.

 

Lino O. Fue asilado en Argentina. Después de llegar sin permiso y de crear alboroto en el vecindario, Menem le dio el asilo que pedía. Ojalá se lo pueda traer de vuelta para que cumpla su condena, y otras que seguramente le podrían caer encima por homicidio culposo por el caso Argaña y los demás desastres creados.

 

Hoy tenemos esperanzas de salir por fin de este doloroso proceso de transición, donde lo que más nos cuesta es cambiar la mentalidad autoritaria de la población que aclama a corruptos y bandidos con extraña facilidad. Las calcomanías de Lino O. desaparecieron de Paraguay, pero hay que recordar que lo mismo había sucedido cuando cayó Stroessner, y después resucitaron. No me confío del todo.

 

Lo que me gusta es que la juventud quedó por segunda vez como principal y heroica protagonista de este proceso (la primera vez fue cuando el intento golpista de abril de 1996). Es bueno saber que ahora se puede, sobre todo cuando tanto tiempo hemos pasado tratando de movilizar gente.

 

Bueno, les envío esta carta antes de que la historia dé otro giro y me la vuelva a dejar obsoleta. Sigue la carta escrita ayer de mañana.

 

Abrazos para todas/os.

 

Clyde

 

* * *

 Asunción, 28 de marzo de 1999

Hola amistades de tierra afuera. Por fin tengo un poco de tiempo para contarles de la tragedia que se vive en Paraguay. Desde que pude entrar después del temporal cierre de las fronteras, apenas vine a casa por muy poco tiempo para descansar y ver las terribles imágenes registradas por la tele. Les cuento ahora mis vivencias, que seguramente completarán con aportes un poco más subjetivos lo que hayan logrado captar a través de las noticias periodísticas y de Internet.

 

El jueves 25 apenas llegué a Asunción, dejé mis maletas en casa y fui a la plaza. El ambiente era de una tensa tranquilidad, después de las violentas represiones que según me habían contado ya sucedieron en la noche del martes. Me impresionó profundamente ver primero la muralla humana que habían formado campesinos y jóvenes (algunas mujeres también), todos portaban palos para defender el territorio que se había conseguido frente al edificio del Congreso. Se ingresaba al predio tras una revisión hecha por un equipo, para detectar armas. El objetivo era impedir que las hordas oviedistas copasen el Congreso e impidan la sesión de ayer sábado, por lo que se debía permanecer allí. Los campesinos habían venido en una marcha para pedir la condonación de las deudas de pequeños agricultores, pero coincidieron con el asesinato de Argaña, las manifestaciones y las represiones y terminaron uniéndose a los Jóvenes por la Democracia que organizaron la defensa de la plaza.

 

Dentro de la plaza, también la gente portaba palos. Casi frente al Congreso estaba la tarima, donde había discursos, música, arengas, etc. La policía reforzaba la barrera humana que separaba a los dos bandos de la plaza. Nosotros ocupábamos la mayor parte: toda la zona de la catedral, de frente a la Policía, frente al correo, frente al Congreso. Los oviedistas tenían solamente el predio de frente a la Cámara de Diputados (Casa de la Cultura, ex Colegio Militar). Eran pocos frente a nuestra gente. Por primera vez desde el auge del oviedismo me sentí feliz de ser mayoría, y parece que eso se logró exclusivamente gracias al asesinato del vicepresidente. Les generó o vergüenza o miedo a los oviedistas, quienes casi inmediatamente sacaron las calcomanías de sus vehículos (ahora sólo quedan las de algunos pocos caraduras) y se replegaron. Aun así, en la plaza estaban quienes más ceguera tienen, quienes estaban dispuestos a lo peor.

 

El jueves hubo dos momentos que ahora sabemos fueron anticipos de la masacre, cuando los oviedistas atacaron la línea humana de nuestra parte de la plaza con petardos que lanzaban directamente al cuerpo de la gente. La policía se hizo a un lado en la primera oportunidad, dejando que el enfrentamiento sea libre. La segunda vez, parte de la policía reprimió a los oviedistas, pero según versiones que fueron desmentidas por los jefes policiales (aunque nadie lo cree) desoyeron las órdenes y fueron arrestados por ello. Aun así, no se retrocedió ni se perdió territorio. Los nuestros no tenían petardos, sólo los palos para defenderse ante un eventual “cuerpo a cuerpo”.

 

Cuando hablo del territorio defendido me da un poco de rechazo por la connotación guerrera que tiene esta frase, pero lastimosamente era así, se guerreaba por ese territorio porque lo que ellos querían era demostrar que el “pueblo” había impedido el juicio político.

 

La explanada y la entrada de la catedral se convirtieron en lugares de apoyo, de retaguardia. Allí se depositaban víveres y agua, y se improvisó un puesto de atención médica. Esa noche se permaneció en la plaza, aunque yo me vine a descansar porque estaba realmente cansada.

 

El viernes 26 fui a la ofi, pensando en ir a la plaza a la noche, pero a las cinco escuchamos por radio la violentísima represión policial desatada por iniciativa propia por ellos, es decir, no para responder a ninguna agresión por parte de la gente, suponemos que ante órdenes de ayudar a los oviedistas en su conquista de la plaza. Los pocos y las pocas que quedábamos en el CDE fuimos corriendo para unirnos a la gente. Cuando llegamos ya se había logrado retomar el territorio, y poco tiempo después se logró además tomar la zona oviedista, ellos se dispersaron y se fueron. La policía desapareció en ese momento, dejando toda la plaza para los manifestantes. Con la represión se destruyó el equipo de sonido que se tenía, que fue remplazado en el transcurso de la noche. Ya el lugar se asemejaba a un campo de batalla. Una moto y dos vehículos fueron incendiados en la línea que antes separaba a oviedistas y demócratas (aunque advierto que entre quienes hoy están del lado demócrata están todos los que por no perder su sucio poder votaron a Cubas y son responsables del caos y de la muerte de hoy, los argañistas) [si bien esos no estaban precisamente en las plazas]. En un momento dado se anunció la renuncia de Cubas y toda la plaza festejó golpeando sus palos contra columnas, armando un lindo barullo, pero duró poco porque no era cierto. Para entonces, hasta yo tenía un palo, pero confieso que no me habría servido para defenderme de nada, porque mi primera reacción es correr ante el peligro. Pero sí me ayudó para el barullo.

 

Cuando terminó esta batalla, se hicieron las barricadas para cubrir las bocacalles de acceso a la plaza. Se utilizó para ello vehículos que fueron tumbados en 14 de Mayo y El Paraguayo Independiente, así como en Alberdi, en la esquina del Correo. En las otras calles también se ubicaron vehículos de la municipalidad y de manifestantes: había camiones recolectores de basura, camiones tumba y topadoras que cubrían la entrada al Congreso y todas las calles. Bomberos voluntarios y ambulancias reforzaron la zona de atención a heridos y apoyo para emergencias. Era impresionante, porque todo se preparaba para una guerra. Se creía que el ejército intentaría llegar al Congreso con pretexto de los disturbios para impedir la sesión, y se cubría las calles para que los tanques no pudieran ingresar. Apoyaba esta hipótesis el retiro de los oviedistas y de la policía.

 

Después tuvimos una tregua y tranquilidad, la gente seguía llegando a la plaza, hasta que hacia las diez de la noche comenzó el ataque oviedista y la masacre. Se vinieron con camiones de petardos muy potentes, tantos que durante tres horas enteras no dejaron de atacar a los jóvenes que cubrían las bocacalles. El estruendo era espantoso, ensordecedor y atemorizante. No quiero imaginar lo que debe ser un combate con armas de verdad. Las batallas campales fueron principalmente en la zona de Alberdi, 14 de Mayo y El Paraguayo Independiente. Muy pronto comenzaron a caer personas muertas y heridas por las balas, provenientes principalmente de francotiradores ubicados en el edificio Zodiac (14 de Mayo el El Paraguayo Independiente) y en el Correo. No se distinguía el ruido de las balas por causa del ruido de los petardos y bombas. Eso sí fue horrible, los médicos corriendo con camillas y las ambulancias atravesando como podían las plazas, heridos y muertos pasando a cada rato.

 

La policía no se movió, no hizo nada, habría bastado con unos chorros de agua o gases hacia el oviedismo para terminar con la batalla, podrían haber requisado el Zodiac para impedir las balas, pero lo hicieron tarde, cuando ya estaba todo terminado. Yo, que no me las doy de valiente, me replegué entonces hacia el Congreso, que era un lugar aparentemente más protegido. Pero los jóvenes no retrocedieron, sino que siguieron peleando. También llegaron petardos para nuestro lado, apoyo de la ciudadanía, pero no eran nada frente a los otros. Las veredas de las plazas fueron destrozadas por nuestra gente para tener cascotes y atacar. Había gente armada entre los oviedistas, a más de los cobardes francotiradores. Periodistas de Colombia (red Caracol) grabaron en video la imagen de un hombre que llegaba con un fusil (o algo parecido, yo no sé de armas) y después sacó un revólver, lo cargó y disparó al menos cinco tiros contra nuestra gente. Se lo ve perfectamente, ojalá se lo identifique y castigue.

 

El cobarde, mentiroso y criminal de Cubas, ayer dijo en un comunicado que había gente armada y en ambos bandos, y es una grandiosa mentira que lo llena de ignominia. También dijo que hubo muertos oviedistas, y sólo son patrañas porque a medida que pasa el tiempo quedan más embarrados con la muerte y la vergüenza.

 

Durante todo este largo tiempo de combate, las campanas de la catedral no dejaron de repicar. Aunque ya se sabe que no soy muy afecta a la iglesia y a la religión, reconozco que ello nos daba ánimos y acompañaba con un sonido más agradable que el de las explosiones.

 

El ejército salió hacia medianoche (ya no recuerdo bien las horas), vinieron los tanques pero no pudieron llegar a la plaza y se dispersaron en la zona del puerto y el centro de la ciudad.

 

Hacia la una y media de la madrugada ingresaron hombres al Congreso, que estaba cerrado y donde estaban la mayoría de los parlamentarios, funcionarios del parlamento y gente de prensa. Comenzaron a evacuar el edificio, y un amigo me advirtió que se preparaba una posible defensa del edificio porque vendría el ejército. Ergo, estaríamos en medio de fuego cruzado. Comenzó ya a disminuir el ataque oviedista, y comenzó una tensa espera. Había rumores de todo tipo, era un caos. El petardeo y las balas oviedistas fueron disminuyendo. Nos dijeron que evacuemos el lugar.

 

Mucha gente se quedó allí frente al Congreso, yo fui con otra gente a la Catedral, donde se refugiaban los cansados, algunos heridos y quienes prestaban servicios de agua, alimentos y atención médica. Me quedé dormida en un banco entre las dos y media y las cuatro de la madrugada, cuando una estampida de gente hacia el templo me despertó. Ya mucha gente se había retirado de la plaza y fue a descansar. El susto era porque habían finalmente llegado los tanques, pero no pasaba nada. Se ubicaron a lo largo de Palma, en cada esquina de acceso. Había un decreto de Cubas ordenando que restablezcan el orden y protejan la zona. Tarde. Oficialmente había cuatro muertos para esa hora, y heridas entre 50 y 100 personas. Se cree que en verdad murieron alrededor de 10 personas, aunque no hay datos claros al respecto. Ayer sábado, por ejemplo, fue encontrado el cuerpo de un joven que había subido al techo de la Cámara de Diputados y fue alcanzado por una bala. Ahora mismo escucho por la radio sobre un joven con muerte cerebral a causa de dos balas. (Obs: Murió en la mañana del lunes 29).

 

Para esa hora, ya estaban terminando de quemarse los autos y camiones que sirvieron de barricada, y la plaza estaba arrasada. En lugar de pasto había barro, las veredas estaban convertidas en cascotes, había basura por todos lados, un insoportable olor a pipí donde habían sido instalados baños portátiles, vidrios, restos de petardos, de todo.

 

Cuando terminó de aclarar, hacia las seis de la mañana, llegó Marcelo Duarte (diputado) y leyó ante la gente que quedaba el acuerdo al que se había llegado con los militares: dejar las plazas vacías enfrente al Congreso y protegerlas con militares. Los oviedistas tendrían una zona sobre el P. Independiente a partir de 15 de Agosto hacia el Palacio de Gobierno; nosotros la zona de la Catedral y calles aledañas. El ejército quedaría además sobre Palma y revisaría a quienes ingresen para que no portasen armas. A las plazas y al Congreso ingresarían solamente parlamentarios, funcionarios del Congreso y prensa.

 

Así se hizo y la sesión del juicio político se llevó a cabo con normalidad desde las 13 del sábado. Frente a la Catedral se juntó una multitud dolorida y furiosa, que pedía constantemente la renuncia de Cubas. Los oviedistas cada vez son menos. El país está repudiando los hechos. Ayer, dormí un poco por la mañana y fui por la tarde nuevamente a la plaza. Ahora, domingo de mañana, se está desarrollando la misa del domingo de ramos en la catedral y hay muchísima gente, lo escucho por radio. Dentro de poco iré de vuelta, aunque me prepararé para estar desde la madrugada de mañana, cuando se espera que sea definido el juicio político, que comenzará a las siete y media. Espero que no pasemos la vergüenza de que Cubas no sea destituido. Aunque no sabemos qué puede pasar, cuál será la reacción oviedista ante la destitución, es lo que espera la gente decente y digna que todavía queda en este país tan pobre y sufrido.

 

Cubas tiene sobre su conciencia la muerte de los jóvenes, ya que podía haber impedido la masacre. Y encima, lo niega y miente al decir que hubo gente muerta y armada en ambos bandos. Es una vergüenza para el país. Oviedo, quien supuestamente estaba preso, anda campante maquinando sus próximos pasos, hay gente que lo vio. Todo es una mentira. Son asesinos.

 

Bueno amigas/os, les seguiré contando de todo esto después. Hagan fuerza desde lejos y estén al tanto. Sé que están aquí de corazón.

Clyde

nombres de las víctimas del Marzo Paraguayo


  • 11 Mar 2010

El escrito de Lourdes Peralta en su blog de ABC me parece un compendio de las ya típicas expresiones discriminatorias:

– Para comenzar su título… el problema es la homosexualidad, no la discriminación y las personas que discriminan.

– Parece que se dispone a una reflexión profunda, pero sólo termina en una seguidilla de los lugares comunes de la discriminación.

– Sigue con la sospecha de que la eliminación de trabas a la oficialización de las parejas del mismo sexo anticiparía una especie de catástrofe mundial, “un extenso desierto”. Lo mismo se decía en tiempos en que a las mujeres se negaba el voto: “aquí comienza la debacle”. Y todavía hay quien sostiene que la famosa “crisis de la familia” se debe a que las mujeres tienen más derechos, y quieren más, y no a que muchos hombres aún desean como compañeras a personas sin derechos.

– Después adhiere soterradamente a la hipótesis conspiraticia, que coloca a la lucha por más derechos y contra la intolerancia y la discriminación en un plano comercial. Con eso, en vez de en todo caso señalar concretamente los hechos que critica, sólo intenta desprestigiar sin dar mayores argumentos. Es como cuando los sectores providas hablan de “una conspiración impulsada por las Naciones Unidas para instalar la cultura de la muerte”. Muy parecido. También cierra el artículo con esta idea, afirmando que hay aquí un “negocio” que promociona la libertad de elección sexual.

– Luego establece categorías de discriminaciones, para ella las existentes hacia personas homosexuales serían válidas, pero no otras como las que se dan hacia las personas negras. Es lo que se intenta hacer al decir que “todo bien con la ley contra toda forma de discriminación, pero si sacan a las personas homosexuales de la lista”.

– Expone posteriormente su convencimiento de que las personas y las manifestaciones heterosexuales deben gozar de derechos que no deberían extenderse a personas y manifestaciones homosexuales. Algo así como: “No son iguales, así que olviden eso de tener iguales derechos”. Ella está profundamente convencida de la superioridad heterosexual.

– Tira la piedra y esconde la mano. Trata de convencernos de que no quiere tampoco una cacería homosexual. ¿Será que le basta con el escarnio, la humillación y el encierro? Parece que sí, porque le parece genial el sufrimiento solitario y silencioso de su ejemplo. Es la conocida idea de “está bien, que existan, eso ya sabemos, pero de ahí a que quieran visibilidad y derechos…”.

– Trata de aparentar alguna idea profunda refiriéndose a lo político y lo genético, sólo para terminar negando el derecho de las personas a luchar políticamente por el respeto a la diversidad y la libertad sexual. Lo que dice es que no quiere que nadie venga a moverle el piso a una sociedad consevadora, sobre todo a quienes, como ella, están felices en su supuesta adecuación a los parámetros dominantes sobre estos asuntos.

– Cierra el debate sobre cuestiones que han sido de hecho debatidas en toda la historia de la humanidad. Sin embargo, ¿cómo entenderíamos nuestra historia social, política y cultural si no reconocemos en ella el debate sobre ideologías, moral y religiones? Con esto supone la inamovilidad de lo que de hecho siempre se ha movido.

– Después se ubica en el lado de un “todos” homogéneo y poderoso, como si no hubiera criterios e ideas diferentes como respuesta a la pregunta de Rosa Posa. “Todos sabemos la respuesta” niega la diversidad de enfoques y posturas. Quiere dar por cerrado un debate que apenas comienza.

– Encima intenta disfrazar su pensamiento discriminatorio diciendo que cree que el reconocimiento de la homosexualidad es algo sensato. Como si no hubiese dicho todo lo anterior.

– Y, como si fuera poco, se aferra a la naturaleza para justificarse. Con ello, obviamente, tira al plano de lo “antinatural” y “anormal” a las personas homosexuales.

Me espantan sus ideas, y me harta el tufillo cobarde con que se las expresa.

 

todos iguales

 


  • 28 Sep 2009

Hasta donde mi memoria alcanza, tenemos en Paraguay ya casi 20 años de debatir sobre diversas propuestas normativas que de alguna manera se vinculan o son vinculadas con la despenalización del aborto, tomando como punto de partida aquellos ya lejanos debates de la Asamblea Nacional Constituyente de 1992 (1). Si se miran los resultados más objetivos y palpables, parece que poco ha cambiado en el Paraguay con respecto a la situación en este tema.

Me refiero a los resultados más objetivos y palpables, porque no ha cambiado el hecho de que en Paraguay el aborto está penalizado con la única excepción del riesgo de vida para la mujer, y tampoco ha cambiado el poco honroso sitio que las estadísticas asignan al aborto como causa principal de la muerte de mujeres por situaciones relacionadas con el embarazo, el parto o el puerperio (2). Y digo hasta donde mi memoria alcanza porque no tenemos investigaciones que permitan aseverar taxativamente que antes de 1992 no haya habido otros debates sobre el tema en el país. No obstante, es poco probable que la cuestión se haya discutido alguna vez de manera pública y con relevancia durante los largos 35 años de la dictadura (1954-1989), y quizás tampoco antes, dado que los artículos penales que hasta julio de 2009 han regido sobre el aborto eran exactamente los mismos que estuvieron vigentes desde nada menos que 1910.

Un siglo entero de no moverse la legislación penal en torno al tema; sin embargo, algunas cuestiones han ido cambiando en todo este tiempo. En este artículo quisiera señalar cómo ese movimiento, quizás lento e imperceptible, ha logrado que hoy las cosas estén en un nuevo lugar, sin desconocer que pese a ello sigue prevaleciendo la hipocresía social que sostiene la penalización del aborto.

Disminución de penas para las mujeres… Pequeño cambio para seguir igual

Aunque persistentemente en el Congreso Nacional se ha intentado esquivar el compromiso de debatir seriamente sobre el aborto, y más bien se optó por quedar bien con los sectores que defienden su criminalización, dejando los artículos del Código de 1910 intactos por largo tiempo, finalmente se han aprobado cambios que en la práctica significan una minimización de las penas impuestas cuando se trata de las mujeres que abortan voluntariamente.

Entre los cambios aprobados en 2008 al Código Penal (vigentes desde julio de 2009) se establece en el artículo 109, inciso 3º, que cuando un aborto fuera realizado por la mujer embarazada, sea ella sola o facilitando la intervención de un tercero, la pena será privativa de libertad de hasta dos años. A continuación, el mismo inciso sugiere que en la medición de la pena se considere si el hecho fue motivado por no haber tenido la mujer el apoyo que la Constitución Nacional garantiza a niñas y niños. Es decir, no sólo se ha establecido una pena que podría permitir a las mujeres condenadas ser beneficiadas con la suspensión de la ejecución de condena, sino que además el Código introduce alguna benevolencia para con quienes por desamparo y falta de apoyo para hacerse cargo del niño o niña recurren a la práctica.

Sin ánimos de debatir los nuevos contenidos penales con respecto al aborto, sólo quiero señalar que aparentemente ha prevalecido una suerte de compasión para con las mujeres en los legisladores, que al menos puede librar a las mujeres que abortan voluntariamente de cumplir condenas carcelarias.

Más muertas que presas

No obstante este cambio penal de aparente carácter compasivo, es evidente la hipocresía social que ha persistido en el proceso de las modificaciones penales. Quienes legislan en Paraguay no han querido mandar presas a las mujeres que abortan, pero decidieron mantener una punición que perfectamente saben no evita los abortos, sino que los pasa a la clandestinidad, como siempre ha sido. Muchos de los abortos clandestinos se realizan en condiciones inseguras y de ahí la muerte de las mujeres que menos suerte tienen. Es decir, seguimos con una ley que más que castigar la conducta que la sociedad pretende reprochar, deriva en la muerte de las protagonistas.

Se trata de la única disposición penal que más mata que castiga, pues la cantidad de mujeres muertas por aborto (un promedio de 31 al año, considerando los últimos 10 años) supera con creces a la de mujeres que son procesadas por esta causa. Al visualizar esto es que a la vez podemos darnos cuenta del sinsentido de quienes dicen “defender la vida” por vía del endurecimiento de la legislación penal. La legislación punitiva del aborto nunca ha impedido que el aborto suceda, por lo que en todo caso es un mecanismo malo e inútil para la protección a la vida. Si de salvar fetos o vidas en proceso se trata, la única manera posible es haciendo que las mujeres se embaracen sólo cuando de verdad quieran, y esto está indisolublemente unido a la autonomía sexual y reproductiva.

Lo cierto es que en Paraguay sucede lo que en todo el mundo: las mujeres intentan ejercer el derecho a decidir acerca de su propia reproducción aun cuando en ese intento se les vaya la vida. Las menos afortunadas mueren, otras con poca suerte son procesadas y condenadas, mientras otras muchas pasan por la práctica clandestina con mayor o menor riesgo.

Un debate que se repite, nuevas posiciones

Los casi 20 años de debates sobre el aborto han tenido siempre como foco cambios normativos. La ya lejana discusión de la constituyente de 1992 sobre el artículo 4 “Del derecho a la vida”, fue seguida de la relacionada con el nuevo Código Penal, aprobado en 1997 y puesto en vigencia en 1998. El proyectista Wolfgan Schöne había formulado en su anteproyecto inicial una propuesta de indicaciones para la despenalización del aborto, que no fue considerada debido a la necesidad de negociar el avance en la reforma. Esto es señalado por el propio Schöne con estas palabras:

“… la oposición quizás más fuerte se dirige en contra cada intento de reformar los artículos referentes al aborto. Para no peligrar toda reforma del Código, la Comisión de Legislación propone mantener los artículos pertinentes del Código vigente y de postergar su necesaria renovación” (3).

Así fue que los artículos de 1910 siguieron intactos hasta el 2009, cuando entran en vigencia un conjunto de sustanciales modificaciones al Código Penal, luego de un proceso iniciado en el año 2004. A la comisión establecida para coordinar el proceso de reforma del sistema penal y penitenciario, organizaciones feministas acercaron sus propuestas (4), entre las que se contemplaba la despenalización del aborto estableciendo un plazo de 12 semanas de gestación y excepciones posteriores en caso de riesgo para la salud y la vida de la mujer y de malformaciones incompatibles con la vida extrauterina. Pero esta propuesta no fue considerada en el proyecto finalmente discutido y aprobado por el Congreso Nacional.

Otro hito del debate sobre aborto fue el proceso relacionado con el Código de la Niñez y la Adolescencia, cuando el punto era desde cuándo se definía la existencia de un niño o una niña: desde la concepción o desde el nacimiento. Nuevamente, para destrabar el debate parlamentario se esquivó el bulto, dejando al nuevo cuerpo legal sin definición de objeto y aprobándolo en el año 2000. Con el nuevo Código de la Niñez ya vigente, se debatió una ley donde se terminó por definir a las/los niñas/os desde la concepción hasta los 13 años y a las/los adolescentes desde los 14 hasta los 17, mientras que la mayoría de edad se alcanza a los 18 años (Ley Nº 2169/2003 Que establece la mayoría de edad).

De esto, pasamos a una etapa diferente, donde las posiciones opuestas al derecho de las mujeres a decidir sobre su reproducción se fueron endureciendo. Así, ya no sólo se desataron batallas por definir si se protege la vida humana desde la concepción sin excepciones. Fortalecidas las posiciones fundamentalistas, se dirigieron contra propuestas legislativas no relacionadas con el aborto, acusándolas de contener cuestiones referidas a esta práctica. Es lo que pasó con el debate sobre la propuesta de “Ley de protección a víctimas de hechos punibles contra la autonomía sexual y contra menores”, propuesta hecha por el senador Carlos Filizzola en el 2006, rechazada con argumentos falaces relacionados con que era un proyecto dirigido a legalizar el aborto. La propuesta no contenía ni siquiera la palabra aborto, pero los sectores fundamentalistas, encabezados por las iglesias católica y evangélica, hicieron una campaña mentirosa, con la que lograron el rechazo mayoritario en el legislativo. Impactante fue ver cómo quienes legislan hacían gala de ignorancia y desconocimiento hasta del texto de la propuesta, votando simplemente por la postura que menos problemas les causaría.

Lo mismo sucedió con otra propuesta del mismo senador Filizzola, el proyecto de “Ley de salud sexual, reproductiva y materno perinatal”. En el 2007, esta propuesta fue tratada en el Senado, que no la aprobó. La campaña fundamentalista en contra de este proyecto fue similar al caso anterior. Pese a que el texto no hablaba de esto, se hizo creer a la ciudadanía que con esta ley se aprobaría la despenalización del aborto y se abriría las puertas al matrimonio entre homosexuales. El proyecto de “Ley de salud sexual, reproductiva y materno perinatal” será de nuevo tratado en este año, y para octubre se ha convocado a una audiencia pública sobre el tema. Esta vez, el senador Filizzola incluyó un artículo que prohíbe al personal de establecimientos de salud denunciar a mujeres que acuden en busca de atención por las complicaciones del aborto. Ésta ha sido una sugerencia hecha por organizaciones feministas, que enriquece al proyecto, aunque seguramente despertará aún más la furia de los sectores que desean criminalizar y castigar a las mujeres que abortan.

Lo importante es que podemos visualizar un cambio orientado a la exacerbación de las posiciones que rechazan el aborto, en un camino cada vez más fundamentalista, que ve fantasmas donde no hay y pretende ya no sólo impedir una eventual despenalización, sino posiblemente endurecer toda la legislación y las políticas relacionadas con los derechos reproductivos, incluyendo lo vinculado al acceso a educación sexual y anticonceptivos, así como el reconocimiento del derecho a la diversidad sexual. Esto sólo ratifica lo que ya sabemos: aquí el interés es, más que impedir abortos, limitar la autonomía sexual y reproductiva de las personas, así como la capacidad de las mujeres de decidir libremente sobre sus cuerpos, sus embarazos y sus vidas.

Un movimiento que se consolida

Una de las cuestiones que sí se ha movido de manera evidente en todo este tiempo es la capacidad de las organizaciones de mujeres y feministas de posicionarse firmemente en torno a estos temas, de dar la batalla, pese a los pocos éxitos obtenidos. Esto es la condición necesaria no tan sólo para pensar en cambios, sino también para impedir retrocesos como los que han vivido algunos países latinoamericanos donde se han eliminado incluso excepciones previamente existentes a la penalización, como es el caso de Nicaragua con respecto al aborto terapéutico.

Importa rescatar que hoy, de manera muy diferente a hace veinte años, hay un movimiento que se manifiesta de diversas maneras y hace propuestas relacionadas con la despenalización del aborto, así como con respecto a otros temas referentes a la sexualidad y a la reproducción. No es algo fácil, pues se trata de abordar un asunto que ha sido siempre tabú en el Paraguay, pese a que todo el mundo asume que es una práctica de lo más común.

Desde el año 2002, cuando la Coordinación de Mujeres del Paraguay (CMP) se une a la Campaña por la Despenalización del Aborto en América Latina y el Caribe, hubo un proceso orientado a consolidar la visibilidad y la capacidad propositiva de las mujeres en torno a este tema. Actualmente la Campaña 28 de Septiembre es llevada adelante por un conjunto de redes y organizaciones (5) que cada año organizan actividades para posicionar la demanda de la despenalización del aborto, para sensibilizar a la ciudadanía y para ir construyendo de manera lenta pero sólida un nuevo consenso social en torno a la inutilidad de la legislación punitiva y a la necesidad de caminar hacia la despenalización, un camino que en Paraguay se vislumbra largo, pero no por eso menos necesario.

Algunas señales favorables

Posiblemente en Paraguay no podamos pensar muy pronto en tener algún éxito con la despenalización del aborto, dado que habiéndose tan recientemente modificado el Código Penal, será difícil entrar en un nuevo proceso de cambio legislativo. Es importante por ello actuar en el campo de las políticas publicas, buscando evitar que las mujeres se mueran, sean desatendidas por el sistema de salud o maltratadas en los servicios, tengan mayor acceso a información y asesoría, entre otras muchas posibilidades.

Por ello ha sido de la máxima relevancia el comentario hecho por la ministra de Salud, Esperanza Martínez, acerca de que establecería una resolución que ratifica como obligación para el funcionariado de salud la necesidad de respetar el secreto profesional en los casos de atención a mujeres con consecuencias del aborto. Se trata de una necesidad para humanizar la atención que se da a estos casos y, sobre todo, para alentar una consulta oportuna que podría impedir muertes debidas a esta causa. Muchas mujeres no acuden a los servicios hasta que ya es muy tarde, porque temen que el personal de salud las denuncie a la fiscalía o a la policía, lo que ha sucedido en varios casos.

Es increíble que una medida como ésta tenga oposición, pero es así. Ya ha habido voces contrarias que ven en ella nada más que un obstáculo para sus “ansias de penalización” y no una medida básica de carácter humanitario y un imperativo para reducir realmente el impacto del aborto en la mortalidad de mujeres. Se trata de uno de los objetivos que el Paraguay se ha comprometido con los llamados Objetivos del Milenio, a los que el Paraguay sencillamente es difícil que llegue si no se ocupa del impacto de la penalización del aborto en el derecho a la salud de las mujeres.

Esperemos que se concrete esta medida, que constituiría una muestra de la voluntad de ir realizando cambios reales en el sentido de más derechos y mejores condiciones de vida para las mujeres.

 

 


 

1) Fueron arduos los debates constituyentes acerca del artículo 4 de la Constitución, que finalmente estableció la defensa de la vida, en general, desde la concepción. La frase “en general” fue rechazada por los sectores autodenominados “provida”, pues suponían que abriría las puertas a la despenalización del aborto en determinados casos.
2) Aunque en las estadísticas oficiales el aborto ocupa actualmente el segundo lugar como causa de esta mortalidad, es asumido también que otras causas (como sepsis y hemorragias) podrían encubrir abortos, por lo que es razonable suponer que fácilmente esta sería la primera causa de la alta tasa de mortalidad materna en el Paraguay.
3) Wolfgang Schöne, La Ley 1160/97 – Código Penal de la República del Paraguay,
http://www.unifr.ch/ddp1/derechopenal/articulos/a_20080527_08.pdf. Consulta: 26 de septiembre de 2009.

4) La Coordinación de Mujeres del Paraguay (CMP) y el Comité de América Latina y El Caribe para la Defensa de los Derechos de la Mujer (CLADEM Paraguay) fueron responsables de esta propuesta.
5) La Campaña 28 de Septiembre actualmente está integrada en Paraguay por unas 18 organizaciones y redes. Más información en www.c28.org.py.


  • 19 Ago 2009

Una de las formas más efectivas de discriminar es quitándole el carácter normal a una persona, conducta, pensamiento o relación. Frecuentemente quienes utilizan este argumento no indican claramente sus parámetros sobre la normalidad.

Por ejemplo, lo normal puede tener que ver con la frecuencia, en cuyo caso lo que se encuentra en los rangos medios en términos de repetición podrá gozar de ese carácter. Otra posibilidad es que lo normal tenga que ver con lo deseable, con lo cual se establecen criterios de normalización, no porque haya hechos que se ajusten con alta frecuencia a los estándares establecidos, sino porque se desearía que todo ocurra de cierta manera. La norma, en este caso, marca un camino, un deber ser, una aspiración.

Una manera más de ver a lo normal es según la adecuación de los hechos, personas, conductas, etc., con lo aceptado y con lo prohibido (en estrecha vinculación con lo anterior, aunque aquí los criterios frecuentemente están difusos, o bien se enfatiza no tanto en lo deseable sino sobre todo en lo inaceptable). Así, se considerará normal lo que no cae en el fangoso terreno de las prohibiciones. Por qué una sociedad determina que ciertas conductas son o deberían ser “anormales” y, en consecuencia, prohibidas tiene que ver con un complejo mundo de costumbres, tradiciones, creencias, religiones, imaginarios, ideologías, experiencias y muchas veces con lo que se desea que ocurra (aun cuando no se lo explicite). Lo deseable aquí ya se ha traducido en ley, y se castiga lo que no condice con la norma.

Es bueno reflexionar sobre todo esto cuando de normalidad se trata. Un artículo escrito al respecto por un bloguista de Última Hora(1), cita un criterio de normalidad que dice: “La normalidad es aquello que cumple una función conforme al propio diseño o función del cuerpo humano” escrito por un supuesto científico, como aval para una pretendida prohibición del tratamiento de temas relacionados con la diversidad sexual en escuelas y colegios. El criterio tal habla de un cuerpo humano único y uniforme, lo que en realidad refiere a la norma como aquello que se desea que suceda, y según lo cual se dictarán aceptaciones y prohibiciones sociales. Indica el autor del artículo, Gustavo Olmedo, que todo lo que se salga de este camino de lo para él deseable y por tanto aceptable, y toda acción que trate normalmente a lo que según su criterio es anormal, debe ser evaluado como una expresión violenta, autoritaria y hasta dictatorial. Con esto intenta traducir su deseo en ley, y establecer interdicciones a lo que no cabe en su estrecho mundo de parámetros.

Sin embargo, el cuerpo humano es naturalmente diverso, y aquí es cuando la “normalidad” de Olmedo se topa con un muro. No sólo los cuerpos y sus sexualidades son diversos, sino que también son dinámicos… frecuentemente se mueven. La naturaleza (y no sólo la de los seres humanos, sino toda ella) es dinámica, no tiene un diseño estático. Si así no fuera la humanidad no existiría. El tema es que se da por cierta una falsa premisa para establecer la norma: el “diseño humano” es una abstracción contraria a la misma naturaleza de la vida humana, y no hay un estándar tan claro como para que alguien se atribuya el derecho de decir “ésta es la norma”. En todo caso, la norma humana es mucho más la diversidad que un prototipo único que pudiera determinar conductas precisas e invariables, o modelos únicos, incluso cuando del sexo biológico hablamos. Más aún si nos referimos a valores, tradiciones, culturas, instituciones y conductas.

No obstante todo esto, los intentos por establecer la norma y la prohibición cuando de cuerpos y sexualidades se trata, han sido siempre harto frecuentes, y los criterios han ido cambiando notoriamente a lo largo de los tiempos. Los argumentos referidos a una “normalidad” humana inmutable no pueden sostenerse con apenas someras revisiones de la historia cultural de la humanidad.

Lo que aquí importa, en todo caso, son las derivaciones de las afirmaciones falaces con respecto a lo que es normal o anormal, que son hechos de discriminación que ensombrecen y dificultan la convivencia humana. Podrán decirme que la discriminación, por frecuente, es normal… pero aclaro que para mí, desde la perspectiva de lo deseable, no me parece así, ni un poco. La convivencia humana basada en la valoración de la diversidad, en la libertad personal respetuosa de la correspondiente a las demás personas, en la convivencia de quienes siendo diferentes nos consideramos iguales, resultan estándares que en las sociedades humanas no hemos alcanzado plenamente, pero que al menos estamos construyendo poco a poco, y que podrían derivar en una mejor calidad de la vida colectiva. Para alcanzarlos debemos revisar nuestros criterios de normalidad, y empezaremos quizás a desnormalizar la discriminación.

 


Gustavo Olmedo, Homosexualidad y educación, publicado en Última Hora Digital, Martes 18 de agosto de 2009.