• 25 Ago 2014

Mirta Moragas // El caso de Lucía Sandoval, una mujer víctima de violencia que está acusada de haber matado a su marido, ha tomado estado público gracias al esfuerzo de organizaciones feministas y de derechos humanos, que vieron en el caso de Lucía, lo que le pasa a muchas mujeres que denuncian violencia en contra de sus parejas. La denuncia las coloca en una situación de mayor vulnerabilidad por la falta de debida diligencia del Estado en este tipo de casos.

juicio-270x194En estos días se dieron a conocer los alegatos finales de todas las partes. La querella argumentaba que Lucía “mató a su marido influenciada por la menopausia, que produce obsesiones en las mujeres”. La fiscalía insistió en que el móvil fueron “los celos”. Ambas partes se contradijeron y cambiaron de versión sobre el lugar desde donde se efectuó el disparo. En un programa de televisión, la abogada de la querella insistió en que hubo dos disparos pero fue incapaz de señalar el informe que acreditaba sus palabras. La misma llegó a afirmar que la prueba de parafina dio negativo en Lucía, porque ella “se lavó las manos”. Me quedé pensando en las muchas personas que no habían tenido la inteligencia de lavarse las manos, si, había sido, era tan fácil eliminar esa prueba.

En todo momento, la fiscalía negó los antecedentes de violencia. Lucía declaró que ella había entregado los celulares donde constaban los mensajes de amenaza que recibió de su marido. Aparentemente, esos celulares nunca fueron peritados ni los mensajes transcriptos y analizados. De comprobarse esto, los antecedentes deben ser elevados al Juzgado de Enjuciamiento de Magistados, ya que esta omisión es gravísima en una investigación, que raya la violación del principio de objetividad, por el cual la fiscalía está obligada a buscar pruebas de cargo y descargo, es decir, a favor y en contra, en la etapa investigativa.

La fiscalía, ante la impotencia de ver cómo la opinión pública iba entendiendo claramente lo que ella trató de negar en todo momento, hizo algo bastante inusual; convocó a una conferencia de prensa para volver a explicar los fundamentos de su acusación. Y de paso, para decir que las organizaciones que piden justicia y libertad para Lucía están “coaccionando al tribunal”. Parece que le molesta de sobre manera que la sociedad pida lo que debería pedir siempre: una justicia transparente, que rinda cuentas a la sociedad, que explique y argumente sus fundamentos. Tal vez la fiscala pensó,  (como piensan muchos operadores/as de justicia), que con echarle la culpa a Lucía, bastaba. Que con decir que ella mató “por celos”, sin molestarse en buscar elementos probatorios que sustenten sus afirmaciones, bastaba. Total, ella contaba con una cultura machista que iba a legitimarla, no le hacía falta contar con pruebas.

Al mismo tiempo, impresiona su despliegue de ignorancia al decir que argumentar en el juicio con instrumentos de derechos humanos firmados y ratificados por Paraguay, que además tiene rango cuasi- constitucional, era otra manera de “coaccionar al tribunal”.

Da mucho miedo la justicia en Paraguay. Da mucho miedo que la vida y la libertad de las mujeres esté en manos de personas que justifican la violencia contra ellas, que prefieren que ellas mueran aguantando la violencia antes que denuncien y traten de defenderse.

De la sentencia del miércoles depende la vida y la libertad de muchas mujeres. Del mensaje que el miércoles dé  el tribunal de sentencia, depende que las mujeres puedan tener mínimas razones para confiar en la justicia.

Pero con eso no basta. Se debe revisar profunda y seriamente la actuación del juzgado de paz que le entregó a ella la denuncia para que la entregue a su marido, ya que esta es una práctica habitual en este tipo de casos. Hay que revisar la actuación de la fiscala, que desde el inicio ha demostrado una profunda misoginia. El Estado y la sociedad debemos aprender de este caso y avanzar hacia un país donde el hogar deje de ser uno de los lugares más inseguros para las mujeres.


  • 21 Ago 2014

Luis Boh // Existirá la ‘vergüenza de género’? Tres episodios y una sola vergüenza.

Con diferencia de pocos días, un hecho tras otro -y son sin duda apenas la punta del iceberg- muestran patrones de comportamiento del ‘macho paraguayo’ cuyas consecuencias -dramáticas, trágicas y vergonzosas- nos colocan ante la necesidad de reflexionar sobre lo que está pasando.

2verguenza- La muerte de un violento y la justicia que no es justa.

El caso de Lucía Sandoval con un desenlace trágico de por medio, muestra no solo el cotidiano, extendido y casi siempre silenciado calvario de la violencia doméstica en Paraguay,  donde lo usual es el abuso de poder por parte de hombres que se creen propietarios de su pareja o ex pareja, la persecución constante y la cuota de terror de cada día: muestra también la perversidad de una administración de justicia que cuando trata casos así, inclina con abrumadora frecuencia la balanza dejando ver que los procedimientos y medidas discriminan sin tapujos contra las mujeres que son víctimas de maltratos, sumando a los vejámenes de su vida de pareja, la bofetada de una justicia que no es justa, ni ecuánime ni equilibrada.

 

Acoso sexual con violencia convertido en ‘inconducta festiva’.

El manotazo en la cola a Fiorella Migone cuando conducía una bicicleta en la vía pública, por parte de un desequilibrado cuya identidad por inexplicables motivos no se hace pública pese a existir una filmación del hecho, encubre, bajo una extendida interpretación que pretende mostrarlo como un jocoso acto de vandalismo ‘soft’, como una picardía callejera o una inconducta festiva, lo que en realidad es una agresión cobarde y un acoso sexual donde se recurre a la violencia física que podría incluso haber generado un accidente. En este caso, con la expresa complicidad del conductor, que hubo de sincronizar la velocidad del vehículo con la de la bicicleta y alinearse en una trayectoria paralela y lo suficientemente cercana a la víctima como para facilitar la agresión, cosa sobre la que hay que llamar la atención, porque parece no merecer la importancia que tiene.

De nuevo, como en el caso anterior, uno queda estupefacto al comprobar que a lo vergonzoso del hecho debe sumar la reacción de un considerable porcentaje de personas que justifican un hecho grave de acoso sexual acompañado de violencia con argumentos que indignan por su bajeza y porque expresan el cavernario nivel cultural y mental de quienes los esgrimen. Entre estos especímenes cavernarios hay mujeres que demuestran ser resentidas, inconscientes y -evidentemente- poco favorecidas por la naturaleza, ya que incluso cuestionan entre risas el interés en manotear ‘una cola puro huesos’.

 

Romper la cara a una mujer y aparecer como ‘cocinero karateka’: el caso de la complicidad enmascarada.

En el patio de comidas de un shopping, Ever Fernández Carballo, jefe de cocina de un local, por algún motivo a todas luces baladí o anecdótico, no tiene mejor recurso que propinar un fiero golpe en el rostro a una mujer trabajadora, asignada aparentemente a tareas mas modestas que las de él. Ensangrentada, es acompañada luego a hacer la denuncia policial, mientras casi instantáneamente las fotos del hecho se diseminan con suficiente celeridad y en medio de la indignación compartida por cada vez más gente por las redes sociales como para motivar una pronta reacción de los propietarios del local, que emiten una comunicación dando cuenta de las medidas tomadas, incluyendo la desvinculación del personal que agredió a la mujer.

Este episodio concitó una repulsa generalizada y unánime, al menos en los diferentes espacios y redes virtuales,  quizás sobre todo porque no comprometía ninguno de los ámbitos de prejuicios vigentes: ni la casa ni otros espacios del poder masculino en las relaciones de pareja, ni el ejercicio de su discrecionalidad en materia sexual sobre la mujer que tiene como pareja (o cualquier mujer sobre la que el ‘macho paraguayo’ cree tener derechos). Era solo una modesta trabajadora abofeteada en la cocina de un patio de comidas por un jefe desequilibrado.

Pero no podía faltar alguna hendija por donde se filtrara la señal de cuál es el sustrato verdadero, la mirada real que prevalece: como ya se apuntó con mucha razón, el agresor es presentado al día siguiente en el titular de una publicación como un ‘karateka’, como un personaje casi pintoresco, (la fotografía publicada lo muestra en una ridícula pose de kung fu) exaltado u ofuscado, pero no como lo que realmente es: un patético golpeador de mujeres, una de las categorías mas deleznables de las varias que adornan la fauna masculina paraguaya.

La respuesta del porqué un medio periodístico prefiere presentar a un ‘macho paraguayo’ de conducta repulsiva sólo como alguien pintoresco nos lleva inevitablemente a lo que cada uno de esos tres episodios señalados aquí nos encara con crudeza: una sociedad que a cada paso exhibe el verdadero rostro troglodita, primitivo y violento de un machismo que -por arrinconado y sobrepasado por los tiempos- se vuelve por eso mismo más duro y resentido. Un rostro que como se vé, asume formas diversas y se enmascara a veces y minimiza o diluye la barbarie apelando a un tratamiento periodístico que desorienta, desvía la atención y trivializa un hecho grave.

 

Ocaso y caída del ‘macho paraguayo’. La jauría arrinconada.

En ese machismo violento e impune que se manifiesta en mil variantes cada día y del que aquí solo se mencionan tres casos que tuvieron -tienen- cierta repercusión mediática, hay, como se dijo, una dosis de resentimiento, impotencia y sentido de creciente e irrecuperable pérdida de un poder que antes se suponía -por parte del ‘macho paraguayo’- fuera de toda disputa o contestación.

El 50% de las empresas de Paraguay ya es administrado por mujeres, de acuerdo a datos de la Asociación Paraguaya de Empresarias, Ejecutivas y Profesionales (Apep), en tanto que las micro, medianas y pequeñas empresas, en su gran mayoría constituidas por grupos familiares, forman 97% de las entidades existentes en el territorio nacional, donde el 80% de ese total corresponde a las micro con el 75% de las mismas lideradas por mujeres. En las grandes empresas, no solo del sector financiero, sino también del sector industrial, los principales cargos gerenciales están siendo ocupados cada vez en mayor medida por mujeres.

Mientras el ‘macho paraguayo’ quedó inmóvil, rígido e incapaz de reformular sus pautas ancestrales de conducta y relacionamiento, las mujeres demostraron poseer flexibilidad, audacia, capacidad de adaptación y de innovarse a sí mismas, superando prejuicios y sobreponiéndose a las innumerables limitaciones y postergaciones en todos los ámbitos y a la falta de oportunidades en la educación, siempre mas severas para las mujeres que para los varones.

Puede decirse que la apertura hacia la modernidad en nuestro país, en sus aspectos mas profundos y fructíferos, pasa por las mujeres, no por los hombres.

Los patéticos y repulsivos personajes que hacen gala y se ufanan de un machismo prepotente, y que cuentan todavía con el silencio y la complicidad de quienes forman parte de los sectores mas primitivos de la sociedad -independientemente de sus ingresos y posición social-, esa jauría en el fondo asustada y acorralada, no se lo perdonan.

 

Por eso la pregunta del comienzo: ¿existe lo que podríamos llamar una ‘vergüenza de género?’. Si es así, (personalmente creo que sí) estos infelices hacen sentir vergüenza a los hombres que no son como ellos.